Oporto es un fado, un canto lastimero. La sempiterna lluvia vierte hasta el Duero su glorioso pasado y por las calles se arrastra el más portugués de los sentimientos: la saudade. Las elegantes fachadas del barrio de Santa Catarina gritan que la ciudad fue espléndida en el siglo XVII, cuando comenzó a exportar su vino, y en el XIX, cuando burgueses, comerciantes e industriales se bañaban en riquezas procedentes de la India y de Brasil. Hoy esas fachadas lucen ajadas y muchas casas tienen síntomas de abandono. La crisis y la nostalgia han azotado la Península Ibérica.
Pero en cuestiones arquitectónicas, la bella Oporto vuelve a sacar pecho. Desde hace unos años, la urbe más poblada del norte de Portugal es centro de peregrinación de arquitectos. Nunca una sola ciudad ―con la excepción de la suiza Basilea― vió nacer a dos premios Pritzker, el Nobel de la arquitectura. Los galardonados Álvaro Siza Vieira y su discípulo Eduardo Souto de Moura han hecho carrera en su tierra y han inspirado a toda una escuela de arquitectos.
La influencia de estos memorables maestros es palpable en la nueva sede local de la compañía telefónica Vodafone, un bloque de cemento y cristal que simula movimiento, obra del estudio Barbosa & Guimarães. La simetría, el trabajo artesano y hasta el mármol del suelo, son similares a los de la Fundación Serralves, diseñada por Siza Vieira, que alberga el Museo de Arte Contemporáneo, una casa que es sede de la institución ―y ejemplo del mejor art déco europeo― y un parque de 18 hectáreas.
Las construcciones modernas se rigen por el “menos es más” de Mies van der Rohe. Los arquitectos patrios también prefieren poco material, pero de buena calidad; lo cual se suma a la austeridad propia de la región y que también puso en práctica el holandés Rem Koolhaas en su imponente Casa da Música. Esta vanguardista caja de hormigón debía haberse inaugurado en el 2001, cuando Oporto ejerció de capital cultural europea, pero abrió sus puertas cuatro años y cien millones de euros después. Hoteles de cinco estrellas en Oporto para disfrutar de la ciudad.
El interés arquitectónico de Oporto se extiende a la vecina Matosinhos. Allí la modernidad se abrió paso en 1957 con la primera obra pública de Siza Vieira: las casas de la Avenida Afonso Henriques. El afán del maestro por integrar la arquitectura en el paisaje se convirtió en referencia internacional con su proyecto Casa da Chá (Casa de té) de Boa Nova y con las Piscinas das Marés. Souto de Moura, por su parte, proyectó el paseo marítimo de Matosinhos y sus también famosas Casas Patio.
No todo es blanco sucio en Oporto. Más allá del gris y de la rudeza del granito, hay color en los azulejos y en las casas apiñadas que se reflejan en el Duero, y que conforman el centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
En esa zona hay construcciones tan notables como la catedral, la Torre dos Clérigos ―con sus 75,6 metros de barroco y rococó― y el neoclásico Palacio da Bolsa, que fue mercado de valores hasta 1990 y tiene un Salón Árabe que causa asombro. El Mercado de Bolhão, en la calle de Santa Catarina, así como el Café Majestic, la librería Lello y la estación de tren São Bento, son también monumentos arquitectónicos que deberían visitar. ■