Pero, también, este artista puertorriqueño establecido en New York desde hace años, quien se proclama fiel deudor de sus raíces, se ha convertido en una personalidad clave para que el amante del arte valore la influyente presencia del hemisferio sur en la cultura actual de Estados Unidos. Desde la presidencia de la junta directiva del Museo de El Barrio, su gestión promotora es ampliamente reconocida. Su entrega a la causa de la cultura de las minorías, siendo un creador con tan sólida carrera, revela un espíritu de filantropía poco común en el gremio artístico. Esos logros, esos valores, hacen de Tony Bechara un protagonista ideal para sostener una plática abierta a los lectores.
JESÚS ROSADO [J.R.] / En su trayectoria predominan otros estudios antes del arte ¿desde cuándo late esta vocación y en qué momento despega su carrera artística?
TONY BECHARA [T.B.] / Bueno, realmente estudié filosofía, economía y leyes, pero desde la infancia siempre tuve una gran inclinación por el arte, especialmente por las artes visuales. Me radiqué un tiempo en París entre 1968 y 1970. Hice breves estudios de arte en La Sorbona y luego me establecí en New York porque la concebía como la meca del arte más actual. En esta ciudad cursé en NYU una maestría en Relaciones Internacionales y, además, tomé varios cursos en la School of Visual Arts, en una época en que este centro era la plaza docente más importante y vanguardista de las artes visuales en la Gran Manzana.
J.R. / Hoy día su obra es distinguible por el laborioso discurso abstracto, pero ¿siempre fue así? ¿Hubo anteriormente alguna etapa figurativa?
T.B. / En algún momento tuve mucho interés en el arte figurativo. La culminación de esa etapa fue una serie en blanco y negro que hice entre 1970 y 1971, muy influenciado por el cine de la nouvelle vague y de la obra de Buñuel y los realizadores italianos de los años 50 y 60. En ese momento me planteaba si continuar por esa vereda o mejor incursionaba en el cine o la fotografía. Pero mi pasión, en realidad, era la pintura y el dinamismo del color. Durante un extenso recorrido por Italia me llegué a Rávena y quedé muy impresionado por los mosaicos bizantinos que descubrí allí. También sentía una gran curiosidad por el puntillismo de Seurat y Signac y de los impresionistas. Los veía como una forma que desde entonces anunciaba la «pixelación». De ahí deriva mi interés por el arte abstracto y por el lenguaje pictórico que todavía cultivo en mi obra.
J.R. / ¿Algún statement que defina su búsqueda estética?
T.B. / Esto lo pudiera contestar con frases cliché…así que dejémoslo porque lo que me interesa es la autenticidad… Lo que hago es trabajar mis visiones.
J.R. / ¿Es usted un pintor y escultor que, además de sus motivaciones emocionales, pone la vista en el mercado? Por ejemplo, ¿hace piezas por encargo de coleccionistas?
T.B. / No y no. Si hago una comisión es sin compromiso de compra y sin ningún adelanto monetario.
J.R. / ¿Cómo es que se vincula con el Museo del Barrio y cuándo llega a la presidencia de la junta de directores?
T.B. / En 1985 tuve una muestra grande en el Museo. Fue muy exitosa, con una reseña destacada en el New York Times y hasta tuve el incentivo de varias ventas. A partir de ahí se despertó mi interés por la institución. Para ese momento, la demografía latina comenzaba a cambiar y se iba convirtiendo en un factor influyente en la ciudad. Me di cuenta que, paradójicamente, un museo de cultura latinoamericana podía existir, florecer y tener relevancia en una ciudad norteamericana…y nada menos que en New York, la cual considero capital mundial del arte. Se me propuso y la precondición al aceptar este reto fue esa: que la misión de El Museo se ampliara hasta incluirnos a todos los latinos sin perder vínculos con nuestra comunidad más inmediata.
J.R. / En su opinión, ¿cree que el Museo del Barrio ha impactado en la percepción del arte y la cultura latina en New York?
T.B. / Seguro que sí. El Museo es ya muy conocido no solamente a nivel local, sino en toda la nación y a escala internacional. Ha tenido mucho reconocimiento de la crítica especializada y en su sede se han mostrado exhibiciones muy importantes de toda la América Latina, incluyendo Brasil, los países caribeños y México. Justo ahora, en el momento de esta conversación, hay una muestra de Gabriel Figueroa, todo un icono de la edad de oro del cine mexicano, una época en la que por primera vez el arte de un país de América Latina tuvo influencias transnacionales e irrumpe en Estados Unidos. A Buñuel, Negrete y María Félix se les conocía desde la Patagonia a Nueva York. Y esto ocurría desde los lejanos años 40 y 50.
J.R. / Según lo que me cuenta, el Museo del Barrio ha logrado rebasar las restricciones del ghetto ¿cómo se ha comportado el respaldo de la comunidad, las autoridades de la ciudad y el patronazgo para mantener la institución?
T.B. / El resultado ha sido un crecimiento sustancial en el apoyo de parte de la ciudad, de entidades corporativas, fundaciones, de la membrecía y el patronazgo. Siempre habrá alguien que proteste la apertura y la inclusión a todos… c’est la vie o c’est la guerre…
J.R. / Conozco por referencias de artistas y críticos de sus desvelos desinteresados por el Museo del Barrio. Sin embargo, para un extraño a esos esfuerzos, la simultaneidad de condiciones como presidente de la junta y artista pudiera implicar un conflicto de intereses ¿cómo maneja eso?
T.B. / Nunca más he exhibido en El Museo, nunca he recibido un centavo por nada y he contribuido directamente de mi cuenta personal con cientos de miles de dólares.
J.R. / Se comenta que ha sido promotor determinante de importantes artistas de origen latino radicados en Estados Unidos cuya obra se hallaba relegada, y cito el caso de la cubanoamericana Carmen Herrera, exponente imprescindible del arte abstracto contemporáneo. ¿Qué hay de cierto en eso?
T.B. / Mientras el mundo del coleccionismo anda corriendo tras la última sensación de jóvenes artistas carentes aún de trayectoria, yo me he dedicado a rescatar las carreras de maestros que han dedicado al arte vidas enteras y que han sido marginados por el tiempo, la suerte o la moda. En el caso de mi querida Carmen Herrera, que en unas semanas cumple 100 años y que sigue pintando, el New York Times ahora mismo está anunciando que su obra estará permanentemente expuesta en el nuevo Whitney Museum y que le organizará una gran exhibición el año que viene.
J.R. / Su técnica y recursos expresivos entrañan muchas horas de minuciosidad, concentración y paciencia… ¿cómo logra conciliar las jornadas del taller con la gestión de promoción y difusión de cultura?
T.B. / Trabajando sin descanso todo los días. Sencillamente soy un apasionado del arte… ya en el resto de mi vida soy más descarrilado. Pero mis compromisos con instituciones culturales como el Museo del Barrio y BAM (Brooklyn Academy of Music) – y te pudiera citar otras -, son para mí también proyectos artísticos. Una prolongación de mi compromiso con el arte. Son como murales inacabados en los cuales trabajo durante las horas nocturnas. Literalmente salgo a eso casi todas las noches. No sé quién se inventó eso de que los artistas son «betes noire«, incapaces de obras sociales y comunitarias. Al contrario, la historia del arte está repleta de artistas que han participado en causas y empresas de carácter social.
J.R. / De cara al futuro ¿qué se plantea en sus proyectos como artista?
T.B. / En la creación de mi obra me dejo llevar obsesivamente por la búsqueda del accidente divino… eso que llamamos momento Eureka… ese camino por conocer que, tal como dice la poesía o la canción, sólo se encuentra al andar.
J.R. / Y como promotor ¿hay algún modo en particular en que le gustaría ser recordado en la historia de ese bastión de la cultura latina en USA que es el Museo de El Barrio?
T.B. / I tried to make a difference… I did the best I could… ■
El Museo del Barrio, también conocido como simplemente El Museo, está ubicado en la barriada East Harlem en Manhattan. Fundado en 1969 por el artista y educador Raphael Montañez Ortiz, la misión de la institución, dedicada originalmente a la preservación de la identidad de la comunidad puertorriqueña en New York, se ha convertido hoy día en icono de la presencia cultural latinoamericana y caribeña en Norteamérica, revelándola a través de sus colecciones e intensa agenda de eventos. La institución cuenta con una amplia colección de más de 6.500 exponentes que incluye desde artefactos precolombinos de la cultura taína y artesanía tradicional hasta un importante conjunto de obras de arte contemporáneo integrado por pinturas, esculturas, dibujos, instalaciones, fotografía y video. La diversidad de su plan de exhibiciones es complementada con una programación de actividades que incorpora manifestaciones tales como el cine, la literatura o las artes escénicas, además de celebraciones de efemérides culturales, festivales, programas educativos bilingües y numerosos eventos de índole social, académica y artística. Junto al Museum of Latin American Art (MOLAA) y el Smithsonian, el Museo del Barrio se ha convertido en pocos años en uno de los foros imprescindibles para dar a conocer a escala internacional la rica contribución de Latinoamérica y el Caribe a la cultura de Estados Unidos.
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