Es complicado hablar de un vino con tanta historia y fama como el Madeira sin hacer una mención al injusto desprestigio que ha sufrido en los últimos años. En Francia, Alemania y Estados Unidos, entre otros países, el Madeira es erróneamente considerado por muchos como un vino de gran banalidad, utilizado principalmente en la cocina para la elaboración de salsas. Pero es un error, porque de la misma forma que hay excelentes vinos de Oporto, de Marsala o de Jerez, también hay vinos de Madeira que son merecedores de formar parte de un banquete real.
La volcánica isla portuguesa de Madeira, situada a 800 kilómetros al oeste de la costa de Marruecos, es un pequeño y exuberante paraíso tropical. Fue colonizada por los portugueses en el siglo XV, tras lo cual se plantaron viñas, pues su suelo es fértil y de gran riqueza mineral.
Los vinos de Madeira se elaboran de una forma parecida a los vinos de Jerez. Es un vino fortificado, es decir, se le añade alcohol durante la fermentación. Pero lo que le convierte en un vino único en el mundo es su calentamiento, una técnica implementada cuando los comerciantes portugueses se percataron de que los vinos ganaban en calidad después de viajar durante meses bajo el tórrido sol hacia su destino en la India. Sin embargo, los mejores Madeiras se producen sin calefacción artificial, cuando pasan veinte años, o más, en barricas de 600 litros, reposando en la oscuridad de las bodegas.
La fama de los vinos de Madeira se vio frustrada por los caprichos de la historia: los españoles ocuparon Madeira de 1580 hasta 1640, y restringieron su comercialización para que no compitieran con los vinos de Jerez. Más tarde, en el siglo XIX, la enfermedad de la filoxera, que devastó los viñedos de toda Europa, hizo que el vino de Madeira fuera prohibido en Estados Unidos, principal mercado de los vinos de Madeira de alta gama. Pero a partir del siglo XX, el Madeira resurgió de sus cenizas y comenzó un ascenso imparable. Vea aquí nuestra selección de vinos de todo el mundo.
Para la elaboración del vino de Madeira se recurre a uvas autóctonas como la sercial, que produce vinos muy secos con notas almendradas; la malvasía, que da los vinos más dulces y longevos, algunos con más de un siglo; la uva boal, que proviene de Borgoña y ofrece una interesante dulzura y una equilibrada acidez; y la verdelho, la uva más extendida en la isla, que brinda vinos semisecos con sublimes notas ahumadas.
Hay una amplia variedad de vinos de Madeira. Están, por ejemplo, el Finest, de 3 años de envejecimiento en barrica; el Reserva, de 5 años de envejecimiento en barrica; y el Reserva Especial, que se elabora con uvas seleccionadas y cuyo vino resultante se mezcla con otros que han envejecido al menos diez años en barrica. También están los de la variedad Solera, que son una mezcla de vinos de diferentes añadas, con más de diez años de envejecimiento; y los Vintage, un vino de una sola cosecha que envejece al menos durante 20 años, aunque el tiempo de añejamiento puede superar el siglo. Estos dos últimos son los más caros y prestigiosos.
Si usted colecciona vinos incunables, sepa que en el mercado aún se encuentran a la venta joyas que datan de los siglos XVIII y XIX, como el Madeira Borges Boal 1780 o el Sercial Araújo de Barros 1891, entre otros. ■