Cuando lo ordinario se tiñe de misterio, se vuelve algo sublime y extraordinario. La mano del pintor belga René Magritte sabía mucho de eso y su etapa surrealista, de 1926 a 1938, así lo refleja. Ahora y hasta el 12 de enero del 2014, nos lo muestra la exposición El misterio de lo ordinario, organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, la Colección Menil de Houston y el Instituto de Arte de Chicago.
RENÉ MAGRITTE. Les amants (Los amantes), 1928.
El viaje comienza en un París de 1927, cuando el pintor se traslada a la Ciudad de la Luz y se adentra en su corriente surrealista hasta 1938, el año de su famosa charla autobiográfica en Amberes, La línea de vida, en la que habla de su relación con el movimiento artístico. Fue durante esta etapa cuando el artista comenzó a crear pinturas que, en sus propias palabras, “desafiaban al mundo real”.
Para Anne Umland, curadora de la muestra, el pintor belga buscó la verdad del subconsciente, como también lo hicieron los grandes maestros del surrealismo Breton, Dalí y Buñuel. “Magritte exploró la ruptura de los conceptos ‘natural’ y ‘artificial’”, asegura Umland, quien tiene un doctorado en arte moderno y es una de las expertas más respetadas del museo.
En El misterio de lo ordinario se encuentran nada menos que 80 obras, entre pinturas, ilustraciones, acuarelas, fotografías y objetos. Es un recorrido por su trayectoria que el Museo de Arte Moderno de Nueva York hace a través del período en el que “Magritte se convierte en Magritte”, según Umland.
Para el célebre pintor, los objetos cotidianos tenían que “gritar fuerte”, humanizarse y reivindicarse. De ahí su invención de los biboquets, un híbrido entre pieza de ajedrez y pata de mesa, en El reencuentro; o la descomposición y el desorden de la anatomía humana, en Entreacto y El doble secreto.
RENÉ MAGRITTE. La clairvoyance (Clarividencia), 1936.
Magritte cuestionaba la lógica a través del uso de pieles con textura de madera, pinturas que se confundían con ventanas, o espejos que reflejan lo que queda detrás para “desfamiliarizarnos con lo que estamos familiarizados”.
Esta exposición permite también disfrutar de cuadros célebres como Los amantes, en el que Magritte cubre el beso de los protagonistas con una sábana para impedir el acecho del espectador, dado su interés por avisar al observador de la tramposa percepción y la ilusión que ésta crea. Así lo hace en una de sus obras de 1929, en la que nos alerta: “esto no es una pipa”, obligándonos a desconfiar una vez más de lo que vemos.
Con la Segunda Guerra Mundial, Magritte cambia su visión de la vida y del arte y se aparta de la corriente surrealista. No es hasta 1965 que el pintor viaja a Estados Unidos para una retrospectiva en el mismo museo de Nueva York que hoy acoge a su pintura nuevamente. Por estas razones, parte de su público conoce mejor otros períodos de su obra, según la curadora de la exposición: “Mucha gente se dará cuenta de que no sabían quién era Magritte, aunque conocían muchos de sus cuadros”. ■