A partir de la celebración en 1967 de Art Cologne en Alemania, la primera gran cita internacional de artistas contemporáneos, curadores, críticos, galeristas y coleccionistas, las ferias de arte se han vuelto centros de actividad financiera en torno a los mercados de creación artística. Lea aquí más sobre arte y cultura.
Con el ímpetu de monetizar, y aunque en su origen estas exposiciones estuvieron apegadas a objetivos puristas en cuanto a la promoción de la cultura, pasaron después a ser una celebración más flexible que, a la par del intercambio artístico, incluían mercadeo, socialización, publicidad, gastronomía, entretenimiento, glamour y, por supuesto, una interacción comercial muy beneficiosa para la localidad sede del evento, ya fuera mediante la activación de capital, la creación de empleos o la obtención de ganancias.
Junto a la consolidación de aquellas ferias que marcan pautas globales como Art Basel, TEFAF, Art Cologne, Frieze Art Fair, ARCO, The Armory Show, FIAC, Arte Fiera Art First, Art Chicago, Art Forum Berlin o las Bienales de Venecia y Sao Paulo, han surgido otras ciudades dispuestas a organizar ferias de sello propio, y lo hacen con el poco disimulado propósito de convertirse en influyentes alternativas frente a las ya reconocidas.
Desde ZonaMACO, en México, D.F., hasta ARTVERONA, en Italia, o desde la feria de cultura alternativa de Sabadell en Barcelona, hasta la Semana del Modernismo en Palm Springs, California, numerosas metrópolis intentan, con la gestión de autoridades y patrocinadores locales, generar una tradición ferial que exhiba la impronta del territorio y de algún modo las enganche al circuito de exploración no sólo de la experiencia estética o los criterios comerciales en torno a ésta, sino además, al intercambio de identidades, idiosincrasias y estilos de vida.
La atracción del coleccionismo de élite y de un turismo cosmopolita altamente consumidor son elementos protagónicos en este agitado espíritu festivo surgido a raíz de la creciente recuperación económica. Factores que tal vez explican la nueva tendencia a celebrar las denominadas ferias de arte de verano, eventos que aprovechan las vacaciones estivales, el ocio y la avidez de recreo para ofrecerse como destinos turísticos.
Recién acaban de clausurar, por ejemplo, ArteSantander, junto a la playa de la capital cantábrica, y DonostiArtean, cerca de la hermosa bahía de San Sebastián, España, pero ya se ha estrenado Art Marbella, a orillas del Mediterráneo, y se ha puesto en marcha la primera edición de Seattle Art Fair, de cara a las aguas del Pacífico norteamericano. El 8 de agosto se abrió al visitante el Art Nocturne Knocke, en Bélgica, y en septiembre se inaugurará el Asia Hotel Art Fair Seoul, en la hermosa capital sudcoreana.
Son celebraciones de arte y roce mundano que acogen al gran público en veladas light rodeadas de la belleza del entorno urbano o del balneario. Escenarios tocados por la sensualidad del verano septentrional, en los que el salitre, la floresta o el neón se unen a la cultura en un maridaje comprensible en tiempos de reflorecimientos. Para no pocos ortodoxos, este nuevo fenómeno de las ferias menores puede que sirva para confirmar la definitiva banalización cultural que Vargas Llosa aborda en su ensayo La Civilización del Espectáculo.
Para los de pensamiento más pragmático quizás luzca como el destino inevitable de la cultura en el futuro. Pero lo cierto es que la promiscuidad entre arte, mercado y hedonismo es un hecho irreversible en la sociedad moderna. Apreciar sus estragos o beneficios depende de la cuota de optimismo que se vierta en la copa. ■