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La ciudad de Cartagena de Indias está situada en el mar Caribe, en la costa norte de Colombia. Fue fundada en 1533 por el conquistador español Pedro de Heredia, y levantada sobre un terreno cenagoso de tupida vegetación tropical que hubo que domeñar para hacer el lugar habitable. Lucha y resistencia fueron los signos bajo los que discurrió la historia de la ciudad a lo largo de varios siglos, pues durante este periodo sus moradores sufrieron los rigores de la naturaleza ―inundaciones, huracanes, tormentas e incendios― y los ataques y asedios de piratas y corsarios.
Pronto la ciudadela se convirtió en la puerta fundamental del comercio con las Indias por su ubicación estratégica. Desde su puerto salían las mayores riquezas del continente, razón por la que se multiplicaron los ataques de los filibusteros. A causa de ello, la corona española se vio obligada a reforzar sus defensas, lo que convirtió a Cartagena de Indias en la ciudad más protegida de América del Sur y del Caribe.
El conjunto de toda su arquitectura militar ―fortificaciones, baluartes, castillos y murallas― es una de las obras más asombrosas de la época y uno de los patrimonios más valiosos de la ciudad.Pero sin duda los capítulos más heroicos se vivieron durante la Guerra de la Independencia, finalizada el 10 de octubre de 1821 con la derrota de España. Los cartageneros fueron sitiados en diferentes ocasiones y durante meses, lo cual provocó hambrunas, epidemias y mortandad.
A partir de entonces, la ciudad comenzó a decaer.Durante más de un siglo Cartagena dejó de reconocerse en su pasado. Los ecos de su antiguo esplendor ya no resonaban en las mudas y opacas edificaciones del viejo y decadente bastión colonial. Muchas de ellas quedaron reducidas a conchas vacías, sus altas fachadas descoloridas apenas conservaban los viejos portones de madera maciza, y sus interiores en ruina fueron tomados por la maleza.
Fue un largo período de sombras durante el cual poetas y narradores usaron sus voces para tratar de recuperar del olvido las historias pasadas. De entre todos sobresale Gabriel García Márquez, quien vivió en su juventud en Cartagena. El Premio Nobel colombiano convierte la ciudad en escenario de su novela El general en su laberinto, y en ella se inspira también para crear ciudades de ficción en sus novelas El amor en los tiempos del cólera, Del amor y otros demonios y El otoño del patriarca. “Me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”, dice García Márquez en sus memorias, acerca del impacto que le causó su primera visita a Cartagena.
Pero la Ciudad Heroica, haciendo honor al nombre por el que también se la conoce, comenzó a salir de su letargo en las primeras décadas del siglo XX. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1984, hoy Cartagena de Indias es un importante centro cultural internacional en el que se celebran anualmente festivales de cine, música clásica y literatura, y donde se dan cita jefes de estado y políticos en sus grandes encuentros internacionales.
Durante los últimos años la ciudad ha ido recobrando el pulso perdido y se ha convertido en un destino de moda entre los viajeros que se identifican con sus nuevos aires, síntesis de tradición, modernidad y sofisticación. De la mano de jóvenes empresarios y diseñadores la ciudad está cambiando su fisonomía: muchas de las viejas casonas coloniales han sido convertidas en elegantes hoteles boutique, comercios exclusivos y restaurantes dirigidos por una nueva generación de talentosos chefs, como Daniel Castaño, que está al frente del restaurante Vera del hotel Tcherassi, y Juan Felipe Camacho, quien dirige la cocina del 8-18, el renombrado restaurante del Centro Histórico de la ciudad, especializado en cocina mediterránea.
En cuanto al alojamiento, hay mucho donde elegir, desde pequeños hoteles familiares hasta grandes complejos hoteleros. Dos resorts destacan por su valor arquitectónico, la calidad de sus servicios y su ubicación en edificios históricos de gran belleza. Uno es el hotel Charleston Santa Teresa, localizado en un antiguo convento del siglo XVII que está emplazado dentro de las murallas de la ciudad. El otro, ubicado también en un antiguo convento, es el hotel Santa Clara, que fue un punto de inflexión en la historia de la moderna Cartagena cuando abrió sus puertas en 1995. Este hotel de lujo fue elegido este año por los World Luxury Awards como el mejor lugar de América del Sur para la celebración de bodas. Además, este establecimiento ha logrado una puntuación de 100 sobre 100 en el Programa Hotels & Resorts Fine, dirigido a los más exclusivos clientes de American Express.
Un paseo sin prisa y sin rumbo por el centro de la ciudad amurallada permite descubrir el colorido y la vida bulliciosa de sus calles: conventos, iglesias y caserones que muestran sus rústicos tejados de barro, sus fachadas multicolores y sus balconadas de madera adornadas con flores; vendedores callejeros que ofrecen sus mercancías a los transeúntes ―desde pescado frito, agua de coco o cigarros―, y las famosas “palenqueras”, que transportan en la cabeza los cestos de frutas para la venta.
Cartagena pide tiempo para conocerla, pues hay mucho que ver en esta sensual y luminosa ciudad. Entre los edificios más bellos que merecen una visita obligada están: el Palacio de la Inquisición, de fachada barroca adornada con rejas y balcones; la Iglesia de Santo Domingo, la más antigua de la ciudad; la Iglesia de Santo Toribio, con su magnífico altar de madera y oro de estilo churrigueresco, y el recientemente restaurado Teatro Adolfo Mejía.
Desde el Convento de la Popa, situado en el cerro más alto de Cartagena, se ven los atardeceres en todo su esplendor: queda el mar Caribe al fondo y, al frente, las magníficas vistas de la ciudad amurallada con sus perfiles de tejados, campanarios y altas torres de piedra, desde donde los antiguos moradores oteaban en el horizonte la llegada de los barcos de la metrópoli. Ya de noche, las luces de la ciudad se reflejan en la bahía mientras que, tierra adentro, las casonas coloniales relucen bajo el cielo estrellado. ■