Es en este hotel donde su creador, junto al grupo Marriot International, logran ofrecer un servicio superior con estética de primera.
Los espacios de la construcción original del mismo lucen inserciones innovadoras. Un atrio con techo de estuco, grandes figuras esculpidas y un piso de mármoles multicolores cuidadosamente restaurados evocan un estilo arabesco. El salón se abre en espacios exteriores de elegancia majestuosa y, detrás de éstos, se encuentran dos bares, un restaurante, salas de reuniones y un gimnasio que abre las 24 horas del día.
Donald Judd, el reconocido artista minimalista estadounidense, sirve de inspiración para el diseño del mobiliario, que es un abanico de formas y colores. Sofás de madera sólida con líneas geométricas puras forrados en terciopelo verde; cómodos sillones de cuero y mesas de nogal negro contrastan con una barra de acero ultramoderna, rematada por cuatro espejos antiguos de los que parece emanar luz.
Igno Maurer es el artífice de la mágica iluminación que crea una atmosfera única. Lámparas de pie con influencia de Salvador Dalí y candelabros gigantes son elementos que complementan las luces proyectadas en la enorme esfera plateada que preside la entrada del vestíbulo.
El hotel refleja con acierto lo mejor de la Gran Bretaña aristocrática, la grandeza de la era eduardiana, la extravagancia de la Belle Epoque y la atmósfera urbana moderna londinense. Al atravesar su entrada principal, se llega a la señorial escalera de mármol que nos conduce a un atrio modernista de cristal que se proyecta sobre el suntuoso vestíbulo.
El hotel también cuenta con espacios más íntimos, como una sala de billar inspirada en los clubes privados del Londres del siglo XIX. Allí, el personal perfectamente entrenado sirve en impresionantes bandejas de plata maciza todo tipo de cócteles. El restaurante Bernes Tavern, con capacidad para 140 comensales, es sin lugar a dudas uno de los espacios más cálidos y sorprendentes, tanto por la su ambientación como por la magia que aporta el chef Jason Atherton. Los grandes sofás ovalados que amueblan su parte delantera crean un ambiente relajado y sin pretensiones, mientras que el comedor central incorpora taburetes redondos forrados de cuero. Como iluminación, del techo cuelgan a más de 6 metros, dos grandes lámparas de bronce hechas por encargo e inspiradas en las icónicas lámparas de la Grand Central Station de Nueva York. Sobre sus paredes, y a modo de colección privada de arte, cuelgan retratos, paisajes y naturalezas muertas.
Las 173 habitaciones y suites del hotel brindan la calidez de una casa privada. Revestidas con madera de nogal oscuro o roble claro, las habitaciones están totalmente aisladas del ruido, iluminadas tenuemente y decoradas con el sello distintivo del hotel: esa simbiosis perfecta entre lo antiguo y lo moderno. La nota minimalista la ponen los inmensos óleos en marcos dorados que podrían evocar la línea barroca del restaurante. Todas están equipadas con modernos escritorios y confortables sillones tapizados con lino y seda.
De estilo ecléctico, las suites disponen de salas de estar con sofás de la firma George Smith y gozan de fantásticas vistas a la ciudad. Algunas cuentan con terrazas amuebladas con mesas y sillas de hierro fundido estilo bistró. Son el lugar perfecto para relajarse y disfrutar de la paz del entorno.
Los baños son de absoluto minimalismo, con muebles de madera oscura que contrastan con el impecable blanco del contexto.
“El individuo es la clave. La definición de lujo ha cambiado, preferimos ser reconocidos por el buen servicio más que por ninguna otra cosa”, afirma Ian Schrager, quien junto al grupo Marriot International, ha logrado cumplir su promesa de ofrecer un servicio superior con estética de primera. ■