Sam Robin es el ejemplo perfecto de aquella frase del filósofo Aristóteles: “Allá donde se encuentran el talento y necesidad, surge una vocación”. Su vida y su carrera como arquitecta y diseñadora de interiores de lujo suponen un compromiso con el diseño de alto nivel, al tener en cuenta que la belleza y el estilo no tienen sentido si no equilibramos nuestra alma con los espacios donde vivimos, trabajamos y nos desenvolvemos.
Visitamos a Sam en su estudio de Miami Beach para hablar de su vida, su carrera y las contribuciones que ha hecho a la ciudad de Miami. La energía de su espíritu es contagiosa. Su apartamento refleja su estilo armonioso. Todos los detalles están dispuestos estratégicamente, tal y como se espera de una diseñadora de interiores, pero también se puede encontrar un poco del desorden de una intelectual, y eso hace que el ambiente sea cálido y acogedor, como si hubiéramos entrado no sólo en su casa sino también en su historia. Sus piezas más preciadas son una serie de fotografías familiares que muestran la trayectoria de su vida.
Una historia de vocación y talento
Sam Miller nació y creció en Chicago. Su padre trabajaba en el negocio de la construcción pero fue su abuelo, un escenógrafo de Hollywood, quien potenció en la pequeña el sentido de la fantasía y la creatividad. “Mi abuelo era un trabajador siciliano que construyó sets increíbles para las producciones de Cecil B. DeMille en películas como Los 10 mandamientos. Cuando lo visitaba era como haber llegado al mundo de la fantasía”, recuerda la diseñadora.
Estudió Arquitectura de Interiores en el prestigioso Instituto de Arte de Chicago a principios de 1970, cuando una crisis generalizada asolaba gran parte del mundo. Como muchos miembros de su generación, Sam optó por un estilo de vida pacifista y bohemio que aspiraba a crear un planeta mejor. La joven “hippie” con flores en el cabello se rodeó de espíritus afines que avivaron aún más su interés por las artes creativas.
Comenzó a trabajar como fotógrafa, y aunque era buena en el oficio, también sentía que al ser cronista de su tiempo corría el riesgo de perderse las experiencias de la vida. “Quería captar lo que estaba pasando, hasta que un día me di cuenta de que la cámara se interponía en los acontecimientos”, confiesa. “Pasaba tanto tiempo intentando encontrar el ángulo adecuado y revelando el material que me perdía muchos detalles de la vida”.
Los pasos que la llevaron a Miami
En 1975, Sam se casó con Richard Robin, un abogado de Chicago. Se conocieron a raíz de un trabajo que ella hizo en una tienda de cocinas y baños, de 7.000 metros cuadrados, para el padre del novio, quien luego insistió en que diseñara también el apartamento de su hijo. El amor no se hizo esperar, llevando a la pareja a apasionantes viajes por Egipto, Turquía y el Líbano. En 1976, Sam dio a luz a su único hijo, Gregory Alexander. Pronto también llegaría otro momento crucial en su vida: Miami.
En 1979, ya divorciada, llegó a la Ciudad Mágica para diseñar el interior de un Boeing 707 privado. Se suponía que debía estar en la ciudad un par de meses hasta que terminara el proyecto, pero comenzaron a lloverle otros proyectos similares para renombrados clientes. Algunos de ellos son la multimillonaria Leona Helmsley, el empresario saudí Adnan Khashoggi y el jeque Mohammed de Dubai. La ciudad le encantó, le cambió la vida y acabó convirtiéndose en su hogar. En la actualidad, Sam aún vive en Miami.
“Cuando terminé el diseño interior de varios aviones a mediados de la década de 1980, pensé regresar a Chicago o irme a Nueva York, Los Ángeles o Londres”, recuerda Sam. “Pero sentí que Miami me necesitaba y que podía contribuir a su tejido cultural”.
No todo era sol y mar allí en esos tiempos. La ciudad estaba convulsionada, hubo disturbios raciales y se hicieron famosos los cowboys de la cocaína. La revista Time publicó un artículo histórico, “Miami: el paraíso perdido”, que puso de relieve la difícil situación del sur de la Florida en aquélla época. Por suerte, un grupo de recién llegados como Sam Robin, preocupados por la situación, se propusieron con gran éxito llevar a cabo el mayor cambio que la zona había experimentado desde que Henry Flagler llevó el ferrocarril a la ciudad. Aquélla fue la semilla del Miami actual.
Su mano en la renovación de South Beach
“A mí me gustó el distrito Art Deco porque era un lienzo en blanco y tenía todos los elementos necesarios: multiculturalismo, una buena arquitectura, personas en busca de libertad y buena gente para trabajar”, explica Sam, quien formó parte de aquel grupo de profesionales y ciudadanos que convertirían a South Beach en uno de los destinos turísticos más deseados del mundo.
Ella fue la responsable de algunos trabajos que resultaron en aquel entonces revolucionarios, como fue la renovación del hotel Colony, uno de sus primeros proyectos en el distrito Art Deco. Su enorme letrero de neón, distintivo del hotel, es hoy uno de los íconos de la avenida Ocean Drive, y por extensión de Miami Beach, que se convirtió entonces en la capital del lujo, la diversión y los buenos momentos.
“Lo que realmente quería hacer era traer de vuelta a Miami el antiguo glamour perdido”, explica Sam. “Solía venir a Miami Beach con mis padres en la década de 1950, y en aquella época todas las grandes estrellas actuaban en la ciudad e incluso muchas residían en ella”.
Sam Robin conoce a Versace
La gran oportunidad le llegó en 1984 con el debut de la emblemática serie de televisión Miami Vice. “Michael Mann (el productor de la serie) y yo éramos amigos de cuando vivíamos en Chicago, y comprendí de inmediato su visión para la ciudad”, dice Sam. Ella diseñó los apartamentos del actor Don Johnson y de la que entonces era su esposa, la actriz Melanie Griffin, en Miami, Colorado y California. La llegada más adelante a South Beach de Gianni Versace, uno de los diseñadores más aclamados del mundo, fue sin lugar a dudas el empujón que la urbe necesitaba.
El encuentro con Versace fue otro hito en la vida y la carrera de Sam Robin. Después de diseñar sus primeras tiendas en Miami, se encargó de crear 15 tiendas de la firma en América Latina. “Versace realmente me dio la oportunidad. Solía llevar mis dibujos a Casa Casuarina y nos sentábamos a trabajar en el patio”, señala Sam. Habla con un toque de nostalgia al recordar a su difunto amigo durante sus frecuentes encuentros en la famosa mansión del diseñador en Ocean Drive.
“Me llevaron a París para ver su tienda en St. Honoré, y más tarde a Milán para adoctrinarme en el maravilloso mundo de la marca y su credo: ‘más es más’”.
Sirio, su empresa de muebles de lujo
El cambio de milenio trajo nuevos desafíos para esta talentosa diseñadora. Tras los logros de la década de 1990, conoció al diseñador y empresario italiano Francesco Caracciolo y juntos fundaron Sirio, una elegante empresa de mobiliario italiano. Años más tarde, Robin y Caracciolo se entregaron a la creación de la nueva firma de diseño, RobiCara —una división de Sirio— de la que ella se siente sumamente orgullosa.
Creada en el 2010, RobiCara abastece las necesidades de clientes exclusivos que abrazan lo que los sociólogos llaman “valores materiales”. Son los clientes que tienen todo lo que la vida puede ofrecer, pero aspiran a algo diferente y único; clientes de lujo que no escatiman en precios a la hora de conseguir el lujo absoluto y ese equilibrio de interiores que ha hecho famosa a Sam.
“Lo que tratamos de hacer con el mobiliario es difícil porque queremos acuñar el lujo y, a la vez, hacer accesible el diseño de alto nivel”, afirma la diseñadora de interiores.
Hoy Sam Robin continúa ayudando a configurar la nueva fibra estética de Miami. Ha trabajado en algunos de los edificios más lujosos como 900 Biscayne Bay, el hotel Astor y Capri Marina Grande, y en otros proyectos como la renovación del restaurante Bianca del hotel Delano, entre otros. Cuando se le pregunta acerca de su legado a las nuevas generaciones de diseñadores, afirma: “Espero poder dejar espacios que inspiren buenos momentos, lugares donde la gente pueda relajarse y disfrutar, simples pero de calidad”. ■
Artículos relacionados
Joaquín Torres: el arquitecto vanguardista de las estrellas
Oscar Niemeyer, el arquitecto de las curvas
René González: la “poesía” de la arquitectura contemporánea en Miami