Siempre se habla, quizás erróneamente, del enorme invento que supuso para el mundo del vino el champagne. Pero el término “inventar” debe ser matizado pues no es del todo afortunado, ya que lo que hizo el monje francés Dom Pérignon en la abadía de Hautvillers en Reims (Francia) durante el siglo XVII, fue descubrir las burbujas que se producían en el vino al originarse una segunda fermentación en botella.
Y digo esto, porque hay constancia histórica de que los romanos, ya en el siglo III a. de C., consumían ya este tipo de vino e incluso lo conocían con el nombre de vinum titilium (vino que hace cosquillas). Virgilio lo describía en su obra La Eneida como spumantem, y más tarde, en el siglo XV, los toneleros ingleses solían utilizar grandes cantidades de azúcar y melaza en algunos de sus vinos para hacerlos enérgicos y burbujeantes.
Pero fuera como fuese, hay que reconocerle al laborioso monje Dom Pérignon su inteligencia a la hora de perfeccionar una técnica conocida desde entonces como méthode champenois, y también su habilidad a la hora de elegir las uvas pertinentes y el ingenio demostrado al crear un tapón cónico sujeto con un lazo para que no saliera disparado de la botella al producirse la segunda evolución en la misma.
Con el tiempo, esta refrescante y divertida bebida fue requerida por un mayor número de consumidores. Por supuesto, gente adinerada y noble, porque desde siempre el champagne ha sido el vino más caro del mundo. La favorita del rey Luis XV, la famosa Marquesa de Pompadour, fue conocida en todo París por su sensual belleza y sus magníficas soupers (cenas) a las que todos deseaban asistir. En estos esperados encuentros se servían ingentes cantidades de champagne y ostras. Ella misma solía decir que era el único vino que convertía a las mujeres en bellas después de haberlo bebido. Una tarde en la que disfrutaba de una agradable velada musical en sus apartamentos privados de Versalles, un insigne artesano del cristal le presentó un molde de yeso que reproducía fielmente el hueco creado por uno de sus senos. De esta sugerente y curiosa forma nació la célebre copa redonda de champagne utilizada durante siglos en todo el mundo y hoy en día sustituida por copas altas y estrechas que conservan mejor las burbujas y el sabor.
Al zar Federico de Prusia le gustaba tanto la chispeante bebida que enviaba con regularidad barcos a Francia que regresaban con sus bodegas repletas de cajas, y Pedro I de Rusia lo consumía solo, a lo bestia, y en cantidades que tan sólo un ruso de nacimiento podría tolerar.
El espíritu de la literatura agranda sus inexpugnables laberintos creativos con el champagne. Se dice que Alejandro Dumas no podía escribir sin la compañía de una buena botella junto a su mesa de trabajo, y que Marcel Proust redactó sus novelas acompañado de las burbujas que le reforzaban a elevar su preciada prosa a límites hasta entonces insospechados.
Se comentó en los periódicos de la época que el compositor Richard Wagner se consoló con champagne, en los reservados de su palco en la desaparecida Opera de Dresde, cuando su excesiva ópera Tannhaüsser fracasó en su estreno, y se sabe que el romántico y sentido Frédéric Chopin amaba mejor a su deseada George Sand con una cubitera repleta de hielo y dos botellas del mejor champagne cerca.
El pintor Toulouse Lautrec siempre agradeció que alguna de las bailarinas del Moulin Rouge de Paris le llevara una copa de champagne, mientras garabateaba sus esbozos, sobre todo cuando sentía que su boca ya estaba demasiado reseca por culpa de la absenta.
La bella y atribulada Marilyn Monroe se aseguraba de bañarse en sus delicadas burbujas para mantener su piel tersa y joven, y los soldados norteamericanos que lucharon durante la Segunda Guerra Mundial y participaron en la toma del famoso ‘Nido del Águila’, una fortaleza en los Alpes bávaros con más de 2.500 metros de altura, descubrieron que Adolf Hitler guardaba su botín en el que había, entre otros vinos, miles de botellas de champagne de las mejores marcas y añadas. En fin… ¡Tantas y tantas historias se han fraguado bajo sus vapores que sería imposible comentarlas todas!
Lo que sí es evidente es que es el vino por excelencia de todo tipo de celebraciones y también está presentes en las botaduras de barcos (es señal de mal augurio que no se rompa la botella al chocar contra el casco, la del Titanic permaneció intacta después de un violento choque y tuvieron que romperla de forma manual).
Actualmente se elaboran insuperables vinos espumosos en cualquier parte del mundo (California, Chile, España, Italia, Argentina…) pero también es cierto que el glamour y vistosidad de un champagne francés es difícil de igualar.
Todos podemos entornar los ojos tenuemente y recordar algún momento feliz de nuestra vida compartido con una copa de champagne en nuestras manos. Y aunque se consume cada vez más acompañando muchas comidas y cierto es que marida a la perfección, para muchas personas sigue siendo un momento muy especial cuando se descorcha una botella. Porque con ella celebramos la dicha de la vida, la ilusión de compartir, el sueño de sentirnos juntos y arropados por los demás. Para mí es lo más parecido a una bebida espiritual que reconforta gracias a unas finas burbujas que nos invaden de sensaciones, de recuerdos pasados, de momentos dichosos, y que transmite el trabajo, el cuidado y el cariño que hay detrás de cada una de las botellas que contiene un brebaje tan sorprendente como sencillamente maravilloso y perdurable. ■