Allá por 1978, en su faceta de emprendedor, Brunello Cucinelli abrió en Perugia una pequeña empresa de géneros de punto, como tantas otras que había en la región, con la que obtuvo excelentes resultados. Años más tarde se encontró con el dilema de continuar con un negocio seguro o de especializarse en un producto único, con la ambición de llegar a ser el mejor en ese campo. Para ello eligió la cachemira, y fue entonces cuando este hombre emprendedor se convirtió en creador: tiñó de vivos colores y con increíble originalidad la exclusiva lana, hasta entonces sólo comercializada en tonos neutros, y diseñó con esta materia prima piezas sofisticadas pero fáciles de llevar, creando un estilo propio que se dio en llamar chic informal. Después de años de creciente éxito, y respondiendo a la necesidad de ampliar su negocio, el Cucinelli soñador tomó el relevo al creador, siendo en Solomeo donde su sueño se hizo realidad.
Solomeo es un bonito pueblo rodeado de suaves y verdes colinas que realzan su perfil, con un castillo y un campanario en lo más alto y el caserío ensanchándose a su alrededor. Su fundación data de finales del siglo XII, rematándose la construcción del castillo en las últimas décadas del siglo XV. En 1985, Cucinelli, nacido en una localidad cercana, comenzó a comprar y a restaurar edificios del centro histórico de Solomeo, con la fe y la paciencia de quien sabe que está haciendo su sueño realidad: reunir de nuevo en su lugar de nacimiento la vida y el quehacer de la gente por medio de un acto tan simple como el de reubicar su empresa en este pequeño pueblo. Hoy son más de seiscientas las personas que trabajan en la fábrica de Solomeo, lugar de origen de la mayoría de ellos.
El conocimiento es un valor supremo para Cucinelli. Por eso en la fachada de su espléndida casa, que fue una de las primeras edificaciones que se restauraron, se pueden leer citas de autores a los que admira como Sócrates y Kafka, y según cuentan algunos de sus invitados, en muchas ocasiones las comidas en su casa han empezado después de la lectura de un pequeño texto de algún autor clásico. El diseñador italiano es además un hombre de fuertes convicciones sociales. Como él mismo ha confesado en más de una ocasión, sus objetivos principales al emprender la recuperación de Solomeo fueron dos: devolverle su antiguo esplendor con el fin de donarlo a las futuras generaciones, y ubicar su fábrica en un lugar donde las duras condiciones del trabajo textil se pudieran suavizar, deseo que se corresponde con su filosofía humanística, unión de una moral de corte benedictino y de un capitalismo ético, según él mismo declara.
Actualmente, Solomeo es conocido por ser un destino para minorías selectas, como connoisseurs de pueblos con encanto, viajeros que buscan experiencias culturales, y clientes y admiradores de Bruno Cucinelli, que organiza ventas en la histórica localidad. En el anfiteatro de la Fondazione Brunello Cucinelli de la villa, se celebra todos los años el excelente Festival de Música Antigua de Solomeo. También hay que mencionar el Festival Medieval de Solomeo, importante evento cultural que cuenta con una gran afluencia de público.
Los diseños de Bruno Cucinelli son un referente del mercado de lujo en el mundo, un éxito que reside tanto en el riguroso control de calidad de la producción, elaborada íntegramente en Solomeo, como en su carácter artesanal. Si a esto le añadimos el cuidado que pone en la elección de la cachemira, escogida personalmente por el diseñador en sus viajes anuales a Mongolia y China, y su talento creativo, tendremos las claves de su éxito y carisma. ■
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