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Italia es ese país que nunca deja de sorprender al viajero, que emociona y sobrecoge pues, cuando uno cree que ya no habrá lugar que pueda motivarle, surge un nuevo sitio del que enamorarse. San Leo, situada en la provincia de Rímini, al sur de la región de Emilia-Romaña, junto a la frontera de la Toscana con la República de San Marino, es un pequeño pueblo medieval, perfectamente conservado, que deja al visitante con la boca abierta debido a su extrema belleza y al incomparable enclave geográfico en que se encuentra. De San Leo, el escritor Umberto Eco dijo que era el pueblo más bello de Italia y la verdad es que, cuando se la conoce, es difícil cuestionar tal opinión.
El pueblo, al que se accede por una carretera cortada en la roca, está encaramado sobre un imponente risco de más de 180 metros en la montaña de Montefeltro, y debe su denominación al papa León I el Magno quien, en el año 452, logró negociar con Atila, el rey de los hunos, evitando así el saqueo y la destrucción de Roma. En la parte superior del espolón formado por la montaña, se levanta el antiguo castillo que, durante el Renacimiento, diseñó el famoso arquitecto Francesco di Giorgio Martini por orden de Federico de Montefeltro, posiblemente uno de los más conocidos condottieri del Renacimiento italiano y duque de Urbino desde 1444 hasta su muerte. Federico fue retratado junto a su esposa Battista Sforza por el pintor Piero della Francesca, un díptico que puede verse en la Galería Uffizi de Florencia.
El castillo es el elemento más visitado de San Leo por su belleza e historia. Desde el siglo XVIII y hasta principios del XX, albergó una prisión en la cual fue encarcelado, y posteriormente ejecutado por la Inquisición, Giuseppe Balsamo, conde de Cagliostro, alquimista y estudioso de las ciencias esotéricas. En San Leo pasó un tiempo San Francisco de Asís, quien fundó en el siglo XIII el monasterio de Sant’Igne, donde todavía hoy se conserva un fragmento del olmo donde el santo predicó. También pasaron temporadas en el pueblo Dante Alighieri y Nicolás Macchiavello.
Además del castillo, no hay que dejar de lado la Catedral, con sus claras influencias románico-lombardas, y el campanario construido directamente en la roca con vistas al monte Guardia, uno de los dos picos que dominan San Leo. No puede tampoco dejar de verse la iglesia, el monumento más antiguo del territorio de Montefeltro, que data del siglo IX, expresión sublime de la arquitectura románica, ni el renacentista Palazzo Medici, construido entre 1517 y 1523. Pero quizás lo mejor sea callejear sin rumbo, admirar los antiguos edificios y calles empedradas, adentrarse en los pasajes medievales y sentarse en alguna de sus terrazas para degustar un buen café ristretto o una copa de vino bianco di Castelfranco Emilia.
Aunque la oferta hotelera de la zona es amplia y existen varios alojamientos de lujo, personalmente recomiendo alojarse en el Grand Hotel Rimini, a tan solo 26 kilómetros de San Leo: un 5 estrellas de gran lujo con historia y asegurada distinción. Para comer, nada mejor que el restaurante Il Chiosco di Bacco, en la cercana localidad de Torriana, donde Daniela y Roberto ofrecen una meritoria y deliciosa cocina italiana típica, marcada por una loable impronta personal, en un comedor donde priman la elegancia y el buen gusto. ■