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Recuerdo que mi primer contacto con la Bretaña francesa fue durante mi época de estudiante. Gracias a los comentarios de un profesor de francés que nos hablaba del pequeño y ensoñador pueblo donde había nacido su madre, albergué durante años el deseo de conocerlo. Se trataba de Rochefort-en-Terre, y cuando finalmente pude visitarlo, descubrí que era un sitio excepcional. Este pueblo se encuentra en el departamento de la localidad de Morbihan, en el noroeste de Francia, a 32 km de Vannes y a 370 km de París.
El castillo y sus alrededores
Elevada sutilmente sobre una colina pedregosa que mira hacia el fértil valle de Guezon, Rochefort-en-Terre es una localidad muy pequeña, con una población que no llega a los 1.000 habitantes.
La historia de este enclave arranca en el siglo XII, cuando los señores feudales de la familia Rochefort construyeron un gran castillo alrededor del cual se creó un núcleo poblacional.
Hoy por hoy, el casco antiguo de Rochefort-en-Terre es uno de los más bellos de Francia, mereciendo premios en el certamen anual de Villes et Villages Fleuris (Villas y pueblos florales), pues los balcones de sus casas de madera y piedra, entre lo mejor de la arquitectura bretona del siglo XVI y XVII, se engalanan con flores de todos los colores.
Esta villa, ideal para visitas en primavera y en verano, forma parte además de la lista de Les Plus Beaux Villages de France (Los pueblos más bellos de Francia) y de Petites Cités de Caractère (Pequeñas ciudades con carácter).
Lo que más sorprende en un primer paseo por Rochefort-en-Terre es su emplazamiento en un promontorio rocoso y la manera en que sus calles suben de forma tortuosa hacia lo más alto de la colina, mientras se observan a cada paso infinidad de diminutas tiendas y talleres de artesanía que son una auténtica delicia.
Esta ciudad en miniatura parece una joya engarzada en el corazón de Morbihan. Son dignas de admiración las casas medievales de la encantadora plaza del Puits y de la calle Saint-Michel, así como sus pequeños bares y restaurantes. Hermoso y con un cierto aire bucólico resulta el convento de Notre-Dame-de-la-Tronchaye, claro ejemplo de una edificación religiosa en la Francia medieval.
Y por supuesto, está también el castillo, que fue completamente renovado en el siglo XX por el pintor franco-estadounidense Alfred Klots, quien lo transformó en un cómodo palacete, tras lo cual este pueblo no tardó en convertirse en un punto de encuentro para famosos artistas e intelectuales.
Les sugiero que realicen su visita a Rochefort-en-Terre por la tarde, cuando hay menos visitantes, para evitar las incesantes turbas de turistas que acuden al estanque de Moulin Neuf, punto de partida para circunvalar caminando por el pueblo y para observar sus bellas vistas.
Por otra parte, a pocos kilómetros de la villa se halla el Parque de la Prehistoria, con más de 25 hectáreas dedicadas a este período en las que se pueden observar más de 30 representaciones de la vida en aquellos tiempos, reconstruidas entre lagos, bosques y barrancos.
Rochefort-en-Terre es un lugar mágico que conserva intacto su sabor del pasado. Tanto es así que parece más un decorado cinematográfico que un pueblo real, hasta el punto de que algunas de las películas basadas en la novela clásica de Alejandro Dumas, Los Tres Mosqueteros, han sido filmadas en sus viejas calles empedradas.
Photos by: Maxence Gross, Yannick Le Gal, D. Guillaudeau, Rochefort.en.Terre Tourisme ■
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