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En el noroeste de Italia, justo en la frontera con Francia, se encuentra Liguria, una tierra de grandes montañas y serpenteantes colinas que se asoman impávidas al mar del mismo nombre, que se destaca por la inusual belleza de sus más de 300 kilómetros de costas.
Allí, el viajero hallará ilustres e inolvidables pueblos y ciudades como Portofino, Santa Margherita o Rapallo. Esta última es una pequeña localidad costera, situada al sur de Génova, que a mediados del siglo XIX era literalmente tomada, sobre todo durante los inviernos, por nobles y adineradas familias británicas que se sentían atraídas por su buen clima, por la hermosura de su bahía y por la simpatía de sus habitantes.
De esa época quedan anticuados pero atractivos hoteles, villas italianas que ya han perdido sus vistosos colores pero siguen siendo bellas, jardines ingleses y también cafés y restaurantes como los de antaño, y observándolo todo y a todos, el majestuoso Castello Sul Mare, la fortaleza genovesa símbolo de la ciudad que fue construida en 1551 para proteger a Rapallo de los ataques de los corsarios turcos.
En los años 20 del siglo pasado la ciudad ya no atraía a turistas, pero sí a grandes artistas y poetas como Gabriela Mistral, Ernest Hemingway, Gerhart Hauptmann, W.B. Yeats o Max Beerbohm, quienes encontraron en sus avenidas y esquinas retazos de inspiración para sus obras. Y mucho antes que ellos estuvo Friedrich Nietzsche, que pasó el invierno de 1882 escribiendo el Libro I de “Así habló Zaratustra”.
Durante el invierno de 1923, Hemingway se hospedó en Rapallo, en el modesto Hotel Riviera, junto a su primera mujer Hadley Richardson. Allí ella le comunicó que estaba embarazada y el joven escritor y periodista salió de la habitación airado y dando un fuerte portazo. Se divorciaron cuatro años más tarde. Esa tristeza y melancolía quedó reflejada en los cuentos que el autor de “El viejo y el mar” y ganador del Premio Nobel de Literatura escribió durante esos días.
Pero habría que esperar hasta la década de los 60 para que Rapallo recobrara su perdido esplendor y se transformara en la elegante ciudad de la costa italiana que es hoy en día, gracias a que se ha convertido en la residencia de invierno favorita de los italianos ricos que viven en el noroeste del país.
Además, la ciudad posee monumentos históricos que bien merecen una visita, como el Castello di Punta Pagana, sede de la Orden Militar de Malta; la Torre histórica del Fieschi, la Torre Cívica, el Santuario di Monteallegro, la Porta delle Saline y la Basílica de los Santos Gervasio y Protasio, con su torre inclinada, o el Monastero di Santa Maria en Valle Christi. Y por si fuera poco, en verano podrán disfrutar de las glamurosas playas de San Michele di Pagana.
El mejor alojamiento de la ciudad es, en mi opinión, el Excelsior Palace Hotel, un lujoso establecimiento de cinco estrellas cuyos orígenes se remontan al año 1900 y que se destaca por sus maravillosas vistas a la bahía de Rapallo y por sus exclusivas suites.
Los aficionados al golf también pueden permanecer en la ciudad, ya que el club para practicar este deporte se encuentra a tan sólo un kilómetro del centro histórico de Rapallo, la ciudad que fascina y enamora.
Fotos: Archive Regional Agency in Liguria. ■