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“Preparar un viaje a Lisboa es tiempo perdido”. Así me dijo un buen amigo portugués cuando hace años planeé visitar por primera vez a la capital de Portugal. Al principio no lo comprendí, pero una vez allí entendí la lógica de sus palabras, pues es imposible imaginar todo lo que tiene por mostrar una ciudad tan desbordante de encantos. Tantos, que dicen que reúne atractivos de varias ciudades en una.
Lisboa es una ciudad inesperadamente increíble, con construcciones recientes y casas, mansiones y palacios antiguos, algunos ya en desuso, que muestran sus trabajadas decoraciones, tejas y materiales cerámicos típicos de un país que ama el arte. Hordas de jóvenes universitarios proporcionan alegría y vitalidad a la urbe.
Posada sobre siete colinas, la capital portuguesa está bañada por el omnipresente río Tajo, que recorre la península Ibérica hasta desembocar en el océano Atlántico. A su entrada, un gran puente colgante -construido en la década de los 60 por ingenieros estadounidenses- recibe al viajero, revelándole una vista que quita el aliento.
Lisboa sobrevivió en 1755 un terrible terremoto que acabó con la vida de un tercio de su población.
La ciudad palpita en las almas de sus diferentes barrios, mereciendo una mención especial La Baixa, donde se encuentran las plazas y las calles más señeras. Comienza en la Plaza de los Restauradores, cruza la animada calle de La Libertad y termina en la Plaza del Marqués de Pombal, donde nace la Lisboa moderna. Los barrios medievales de Alfama y Mouraria, autenticidad pura, son de lo más popular y reconocible de la ciudad.
La Praça Luís de Camoes, uno de los escenarios de la Revolución de los Claveles -en Portugal, hasta las revoluciones se han hecho con flores- marca el límite de los barrios Chiado y el Barrio Alto.
El Chiado es el barrio elegante y bohemio de la ciudad. En él se encuentran las tiendas de moda y los restaurantes más afamados. Por su parte, el Barrio Alto representa la Lisboa con más sabor, con sus grafitis y ropa tendida en los balcones. Es un lugar idóneo para escuchar en directo los mejores fados (género musical portugués) de una ciudad impregnada de “saudade”, ese poético y melancólico sentimiento de nostalgia que a veces inspira la vida.
Belem, el barrio situado junto al río Tajo, es el lugar de donde partieron los descubridores portugueses al Nuevo Mundo. Allí se encuentran dos joyas imperdibles de la ciudad, el Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belem.
Por último, recomiendo visitar el Parque de las Naciones, un barrio nuevo y moderno que surgió tras la celebración de la Exposición Mundial de 1998 “Los océanos: un patrimonio para el futuro”. Allí conviven áreas comerciales con las residencias más modernas. No pueden dejar de ver las cúpulas de la Estación de Oriente, obra del arquitecto español Santiago Calatrava, y el Pabellón de Portugal, del arquitecto local Siza Vieira. Tampoco se pierdan las Docas de Santo Amaro, antiguos almacenes portuarios que han sido transformados en bares y restaurantes de moda.
Ésta es una ciudad que cautiva y sorprende y a la que hay que regresar, pues siempre quedan cosas por descubrir.