Entre las bondades de Ginebra, la mayoría de los visitantes destaca su recinto ferial. Urbe financiera y de negocios, esta ciudad suiza no suele figurar en la lista de destinos vacacionales. Pero si, entre reunión y reunión, logra dos o tres horas para el ocio, alguno de los planes que proponemos le reconciliará con la rectitud suiza. Vea nuestra selección de destino de todo el mundo.
Ginebra es asequible para recorrerla andando y fácil para el turista. Su espina dorsal es el Ródano, donde vierte sus aguas el lago Lemán. Si toma como referencia este lago y la Plaza Molard, que lleva al centro, no hay pérdida. Elija un hotel próximo al casco antiguo de la ciudad y ejercite las piernas para dirigirse a la Grand Rue, si su objetivo es comprar.
Frente al Palacio de Justicia se ubica la primera tienda que construyó la firma ginebrina de pinturas Caran D’Ache. Le recibirá con una explosión de color en forma de lápices, óleos, acuarelas y pasteles. En la Grand Rue se encuentra la antigua boutique de alta perfumería, Theodora, con sus frascos de la exclusiva marca Lorenzo Villoresi a partir de 115 euros. También elabora aromas a medida del cliente. En Tip’s hallará complementos de diseño para la cocina y la mesa; y en L’empreinte, libros de gran formato, sobre moda, arte y arquitectura. Pero el fuerte de esta calle son las galerías de arte, con Jan Krugier como una obligación, pues está considerada entre las mejores galerías del mundo.
En casi todas las vistas de esta ciudad limpia, adinerada y elegante, se cuela el macizo del Mont Blanc, con su cúspide a 4.810 metros, la más alta de Europa. Y, a ras de suelo, el lago, de 80 kilómetros de largo y 14 de ancho. Una hora es lo que necesita para recorrerlo. Las compañías Swissboat y CGN ―aledañas al elegante hotel Beau-Rivage― le llevarán de minicrucero. El paseo incluye un “baño” bajo el legendario Chorro de Ginebra, un surtidor de agua que expulsa 500 litros por segundo, a 200 kilómetros por hora, hasta 140 metros de altura. Un indiscutible símbolo de la ciudad. Durante el recorrido verá castillos, como el del barón Adolphe de Rothschild; y residencias nobles, como Villa Elma, un regalo de Napoleón I a la emperatriz Josefina en 1811, que luego perteneció al joyero Pierre Cartier.
Ginebra es sede de unas 200 organizaciones internacionales que se concentran alrededor de la Place des Nations. La visita al Palacio de las Naciones ―base europea de la ONU y sede de las oficinas de derechos humanos, asistencia humanitaria, desarrollo y tecnología― es realmente interesante. Una vez allí, podrá decidir si le gusta o no la cúpula del pintor español Miquel Barceló, que es el principal atractivo de la Sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de las Civilizaciones, propiedad del Estado español.
La inquietud cultural queda cubierta con tres museos. El de la firma de alta relojería Patek Philippe, no sólo muestra sus relojes, sino los de otras marcas. Lo mejor es que, si no entiende mucho de relojes, solicite una visita guiada. También merecen la pena la Fundación Bodmer, que conserva la primera Biblia de Gutenberg, y el Museo etnográfico Barbier-Muller.
Peculiar por sus adornos dorados y su suelo rojo y azul, la capilla de los Macabeos, de la catedral de San Pedro, es otro lugar obligado. Erigida en 1405, fue a la vez capilla funeraria y colegio. Cuando se produjo la Reforma protestante, se transformó en almacén y, a finales del siglo XVII, en auditorio. Luego, en el siglo XIX, fue destinada a la celebración de cultos, y en 1878 se inició su restauración. Por último, recomendamos Carouge, un pequeño pueblo ligado a Ginebra, que es una muestra única en Europa de urbanismo postmedieval.
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