La residencia de la cónsul de España en Miami, Cristina Barrios, fallecida en 2016, se parecía a Tara, la casa de Lo que el viento se llevó pero en pequeña, cuando azureazure la entrevistó en 2013. El hogar contaba con un legado histórico que rivaliza con el de la película. Entre otros, fue un obsequio del general dominicano Leónidas Trujillo a su hija, casada con Porfirio Rubirosa, y también perteneció a Desi Arnaz, el famoso músico cubano casado con la comediante Lucille Ball. Juntos formaban la legendaria pareja de la comedia I Love Lucy, una de las favoritas de la televisión norteamericana cuando ésta se iniciaba en los años 50.
En ese momento la propiedad era del gobierno español y residencia de sus cónsules en Miami, esta casa cobijaba pinturas y objetos traídos de todas partes del mundo, que recordaban la larga carrera diplomática de la embajadora Barrios. También tenía sus historias propias. Si las paredes pudieran hablar (o escribir), esta casa probablemente sería autora de un best seller del que sin duda también se podría hacer una película.
Antigua y amplia, sin ocultar sus años, esta residencia localizada en Granada Avenue, una de las calles de más solera de Miami en el barrio de Coral Gables, muestra una entrada majestuosa de casa colonial sureña, con las columnas clásicas de esa arquitectura y un asfaltado en semicírculo en el que bien se podría visualizar la llegada de carruajes de aquella época.
La casa no es grande, con un vestíbulo tradicional que da a unas escaleras que suben a un segundo piso, donde hay cuatro dormitorios. El comedor del primer piso sienta hasta 16 comensales. Dos salones y una salita de televisión, una oficina y la cocina con un cuarto de empleados miran hacia el patio trasero con terrazas, piscina, jardín y más obras de arte.
Sin duda alguna, lo más atractivo de la casa son sus dos porches que se abren a unos hermosos y amplios jardines que dan al golf del legendario hotel Biltmore de Coral Gables, un emplazamiento envidiable que hace de este lugar una verdadera delicia.
La cónsul, sencilla y espontánea, con la naturalidad de aquellos que han vivido intensamente y se han desenvuelto en muchos ambientes, hizo de esta terraza su lugar predilecto. Era donde recibía a invitados y se relajaba cuando estaba sola. Barrios, muy dada a las artes, le gustaba hacerse asequible, visitando numerosos eventos y haciendo reuniones informales y frecuentes en su casa.
Puerta principal.
Uno de los portales exteriores era utilizado como comedor campestre, y la cónsul aseguraba que las cenas allí, en el invierno cálido de Miami, eran sensacionales. En el otro portal, muebles de mimbre claros con detalles en amarillo contrastaban con el azul de la piscina y el verdor de los céspedes de alrededor, invitando a la meditación.
Llamaba la atención la iluminación natural de la sala principal. Allí la cónsul había colocado dos sofás sencillos y cómodos, con una manta encima que le daba el toque hogareño.
Impactaba el enorme cuadro simétrico que colgaba en la pared. Era el Malecón de La Habana. La duplicación lo hacía ver como si se tratase de dos orillas iguales, pero divididas por un cuerpo de agua que fácilmente se podría interpretar como una alegoría al dividido pueblo cubano: el de la isla y el del exilio. La foto había sido tomada por el artista Ignacio Barrios Martínez, sobrino de la cónsul.
Por la familia Barrios corre la sangre diplomática. El hermano de Cristina era también embajador, fue cónsul general en La Habana desde el 2007 al 2011, que justo coincidió con la incorporación de la cónsul en Miami en agosto del 2010.
Encima de la mesita de café había unas preciosas esculturas mexicanas de la zona de Chihuahua. La cónsul era coleccionista de arte, y en las paredes de la residencia colgaban algunas de sus piezas favoritas. Fotografías del español Alberto García-Alix, una pintura del pintor mexicano Sergio Hernández, Tratado de la melancolía; pinturas afrocubanas de Choco, una obra del mexicano Juan Soriano, otras del español Javier Velasco y unos preciosos cuadros del pintor mexicano Felguerez y del cubano Campins.
Antes de subir las escaleras, llamaba la atención un marco con un papel de periódico del año 1962 colgado de la pared con una foto de la residencia. La cónsul explicó que se encontró este recorte de periódico al quitar la moldura de la pared y su amigo, el artista Javier Velasco, había recogido los pedacitos y los había arreglado con un poema que aludía al ambiente tan diferente que Barrios le daría a esta casa, impartiéndole su propio estilo y su personalidad.
Ella era una mujer que emanaba seguridad en su porte y en su hablar, algo que le venía de su larga trayectoria como diplomática (era una de las pioneras en el cuerpo diplomático de su país). A pesar de tan exitosa carrera, decía que si volviera a nacer le gustaría ser actriz, y se reía de la ironía de la vida, no sin anotar con la misma alegría: “Pero me encanta lo que hago”.
Barrios entró en la carrera diplomática en 1979. Sobre una mesa, la foto testigo de la investidura recoge a un joven rey Juan Carlos I invistiendo a una también muy joven Cristina Barrios. En 1990 se convirtió en la primera mujer en tener el cargo de Introductora de embajadores, Directora general de protocolo, cancillería y órdenes, cargo que ocupó hasta que en 1998 la nombraron embajadora de España en Suecia.
Esta diplomática inició su carrera como cónsul de España en Dusseldorf, embajadora en Suecia y Letonia y, en el 2003, embajadora en México. Durante 12 años ejerció como Directora General de Protocolo, el título más antiguo de la carrera diplomática, cargo que ostentó bajo el mandato de cuatro ministros diferentes. Entre el 1991 y 1992 le tocó organizar la Conferencia de Paz, la Cumbre Iberoamericana, el Quinto Centenario, Los Juegos Olímpicos y la Expo de Sevilla. Fue una época muy movida, recuenta, “No dábamos abasto, pero nos salió todo muy bien”.
Cristina no hablaba en exceso y, como buena diplomática, decía sólo lo justo, con soltura, mesura y toda naturalidad. “También tuve un periplo especial en el 2007, un año y medio como Embajadora en Misión Especial para el Cambio Climático y Embajadora en Misión Especial para la Reconstrucción de Haití durante casi dos años. Me gusta trabajar, me gusta la gente” decía, explicando lo que la hace tan buena diplomática. “El puesto que más ha disfrutado”, confesó, “fue el de embajadora en México. México es un extraordinario y gran país, de una importancia capital. Hice muchos amigos que todavía conservo”.
Menuda de estatura y de peso, llevaba el pelo corto, tenía la voz un poco ronca y era ligera en su andar. Tanto, que a veces parecía flotar. Le gustaba fumar. Tenía ese raro y atractivo don de escuchar con plena atención, casi sin parpadear.
Se decidió por la diplomacia siguiendo los pasos de su hermano mayor. Antes había estudiado filosofía y letras y arte dramático. De ahí, su anhelo de ser actriz. Decía que este trabajo le había permitido mucha diversidad. “Es una carrera nada monótona”, señalaba, y veía su misión como “defender los intereses generales de España y el de los españoles en el extranjero, y colocar a España donde se debe en todos los campos”.
En cuanto a lo que significaba la carrera diplomática en un mundo de comunicaciones directas e instantáneas, la cónsul opinaba que “la importancia de la representación diplomática no se ha rebajado, sino que ha cambiado”. Según ella, el cuerpo diplomático seguía siendo vigente y necesario, tanto o más que antes. “Estos medios no te están comunicando lo que pasa todo el santo día en el país receptor. Para eso está el embajador y la embajada, para seleccionar entre tanta información». Barrios también explicaba que hay diferentes círculos de poder, y hay que estar al tanto de todos porque son importantes.
1. Encima del aparador, cerámica mejicana; arriba, Monte Igueldo, San Sebastián, del artista español Gonzalo Chillida.
2. Campbell Soup, de Andy Warhol.
3. Pájaro, del artista mejicano Sergio Hernández.
En cuanto a cómo se veía a los españoles desde el extranjero, ahora que tienen tanta presencia en otros países, Barrios opinaba que una de las características más notables de este pueblo es su flexibilidad. “No somos improvisadores, somos un país organizado, pero gozamos de mucha flexibilidad. Cuando confrontamos una situación complicada, buscamos y encontramos una solución”.
En cuanto al trabajo de cónsul en Miami, Barrios dijo que representaba una plaza muy especial para España, un puesto “con asterisco”, como lo describía ella. Nos explicó que hay 350 empresas españolas con sede en la Florida y iban en aumento, además de ocho colegios bilingües. También estaba el tema de Cuba, muy importante para España. “Se han recibido 20,500 peticiones de nacionalidad española. Las drogas, el contrabando y el delito fiscal también son temas de importancia”.
A través de su carrera, Cristina Barrios aprendió que es importante establecer una excelente relación con todos, sean los que sean y en todos los ambientes. “Es una labor de día a día con una parte social importante. Toma mucha energía”. ■
FOTOS: Alexia Fodere.