«Mi vida es una desmesura, no podría, yo sola, relatarla». Estas palabras pertenecen a Laura Bonaparte, una mujer ejemplar, luchadora incansable de los derechos humanos, que falleció este domingo pasado, junio 23, dejando el legado de una historia que debe seguir siendo contada y escuchada.
Hacer del dolor una tragedia es fácil. Hacer del dolor una lucha, todo un ejemplo de valentía y coraje. De eso trata la historia de Laura Bonaparte: el relato de una mujer que, en la última dictadura militar argentina, perdió a gran parte de su familia: dos hijas, un hijo, sus dos yernos y el padre de sus hijos. Frente a tantas historias de mujeres ejemplares, lo que tiene de especial la de Bonaparte no es la pérdida en sí, sino su capacidad de transformar el drama en aliento y esperanza. Sus 88 años de vida son muestra de ello. Vivió duros golpes, más que suficientes, para morir en vida. Sin embargo, ella sacó fuerzas de flaqueza, no se quedó atrapada en la zozobra, sino que de ella nació su lucha por los derechos humanos. Su voz nos ha hablado durante todos estos años, no de política, sino de humanidad.
LAURA BONAPARTE.
Bonaparte, ya desde niña sentía inclinación por ayudar a la gente. Con sólo 13 años, enseñaba a leer y escribir a mujeres que estaban en la cárcel. En la década de 1970, asistía a mujeres de bajos recursos en el Policlínico Evita de Lanús. Durante su exilio en Méjico fue observadora de Amnistía Internacional en Guatemala y en El Salvador. Además, en el Líbano y Bosnia, defendió los derechos de las mujeres. Pero, sin duda, por lo que es más conocida es por su activismo como una de las Madres de Plaza de Mayo. Fue una de sus fundadoras en el año 1977, y desde 1986, integrante de su fundación. Esta asociación está formada por mujeres que, entre 1976 y 1983, durante la represión militar argentina, se vieron desposeídas de sus hijos, quedando en una eterna espera. Lejos de quedarse en el limbo de los que están y los que no, ella alzó la voz para denunciar a los desaparecidos.
Durante esos años, perdió a muchos seres queridos. Su hija Aída Leonora fue asesinada, su ex marido, Bruschtein, fue apresado, le prendieron fuego y murió bajo las llamas. Su yerno, Adrián Saidón, también fue asesinado en la calle. Su otra hija, Irene Mónica y su marido, Mario Ginzberg, fueron secuestrados. Y por último, su hijo menor, Víctor, y su compañera Jacinta Levi, fueron sacados de su vivienda para no volver nunca más. Desde entonces sus fotos han estado siempre en su solapa, fotos contra el olvido.
“El deseo de matar lo tuve millones de veces, pero una cosa es el deseo y otra llevarlo a cabo. Sería actuar como ellos, copiar lo que les hemos criticado. La venganza te hace peor”, expresó Bonaparte en vida. La misma que diría “nunca tuve mucha fe en la justicia, pero han cambiado las cosas en estos 25 años… Los juicios, las condenas, las penas…”. Porque son más de 15.000 los desaparecidos, pero también son muchos los culpables que ya han pasado por el banquillo.
Bonaparte nos enseñó con su ejemplo a vivir el presente con positivismo y de forma proactiva, sin convertirnos en víctimas del pasado. En el libro de la autora Claude Mary sobre Laura Bonaparte, su protagonista dice así: “Nada se hace solo. La solidaridad, inestimable conducta humana, se construye con múltiples gestos, raramente con grandes frases. No hace falta idealizar a los que toman este camino. Todos somos capaces, con nuestros medios, sean cuales fueren nuestra religión, nuestro rango social o nuestro modo de ver el mundo. Defender los derechos humanos es acceder a la posibilidad de compartir, con otros seres humanos, la generosidad que está adentro de cada uno”.
Ella, con sus acciones, nos enseñó a gritar y a defendernos, a ser valientes, a dar voz a los desaparecidos, a ser solidarios, a seguir adelante, y sobre todo, nos enseñó que todos podemos. Luchó por la memoria de los que ya no están y ahora ella también forma parte de esa lista, pero continuando con su ejemplo la recordaremos siempre. ■