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Si viaja en clase ejecutiva en un vuelo intercontinental de Turkish Airlines, será atendido por auxiliares de vuelo a su servicio personal y por una brigada de chefs a bordo, todos listos para ofrecerle un ambiente exclusivo basado en la cordialidad turca. Catalogada en el 2015 por el Skytrax Passenger Choice como la mejor aerolínea de Europa, Turkish Airlines se sitúa en un nivel de excelencia similar a prestigiosas aerolíneas como Singapur Airlines en Asia, Qatar Airways en Medio Oriente o Virgin America en América del Norte.
En nuestro viaje a Estambul, volamos en un flamante 777-300, equipado con amplios y confortables asientos-cama. La cabina cuenta con todas las comodidades de los viajes de hoy en día. Planet es el sistema de entretenimiento de audio y video, que ofrece infinidad de opciones de música, juegos y una amplia selección de películas. La sección Communications de la cabina permite a los pasajeros enviar y recibir mensajes SMS, así como correo electrónico, mientras que un canal de noticias -con costo adicional- informa del acontecer mundial.
Pero el servicio gastronómico a bordo es lo que superó mis expectativas. Nada más abordar, el viajero recibe una refrescante bienvenida con ofertas de jugos naturales, té helado y botellas de agua además de un bar libre con vinos, champagne o un cóctel. Antes de despegar, llegan las bandejas con mini lokum –exquisitos dulces a base de azúcar, frutos secos y gelatina de agua de rosas -mejor conocidos como delicias turcas o “bocaditos de satisfacción”. Tan pronto se alcanzan los 38.000 pies, comienza el banquete.
En los respaldares de los asientos hay bandejas que se abren como una mesa de comedor, y que las azafatas visten con finos manteles que incorporan bolsas de papel translúcido iluminadas por parpadeantes velas -tipo led- que funcionan a batería. Las luces adicionales alrededor de la cabina de clase ejecutiva refuerzan el ambiente mágico.
Mientras saboreábamos una variedad de entremeses y auténticos frutos de Turquía acompañados de un excelente champagne, los chefs a bordo anotaron nuestra selección de platos del menú, no sin antes preguntarnos por alguna restricción dietética. Yo escogí lubina a la parrilla con verduras a la toscana, patatas al horno con hierbas provenzales y salsa de eneldo y limón. Mi socio, Michael, escogió un filete de carne con calabacín, hinojo y patatas chateau. Con reserva le objeté: «nunca hubiera pedido carne de res en un avión; siempre viene seca y recocida». Minutos después tuve que tragarme mis palabras.
Tras varias copas de Gosset, llegó el carrito con una selección de aperitivos. Probé de todo un poco: pulpo en su tinta, tártara de salmón con crema de rábano picante, brochetas de cordero, pechuga de pollo a la plancha con ensalada de garbanzos y una versión turca del feta griego con sandía. Luego, media porción de sopa cremosa de calabaza fue la antesala del plato fuerte.
El filete de carne estaba tierno y jugoso, cocinado a la perfección, y mi lubina fresca e igualmente bien cocinada. Nada mejor para acompañar nuestros platos que un Chateau Lamothe Pontac Medoc 2012, una robusta y refinada combinación de cabernet sauvignon y merlot de Burdeos, para mi socio, y para mí un vino blanco de Borgoña Chablis, Primer Cru, Les Beauroys 2012, más el excepcional y equilibrado Prestige Narince 2013, de uva blanca de Anatolia que rinde un vino intenso y delicado producido como varietal por la bodega Kavaklidere.
Cuando pensábamos que la experiencia había llegado a su fin y las luces de la cabina se atenuaban, llegó el carrito de dulces con un popurrí de postres turcos tradicionales como el sobiyet, versiones variadas de baklava, pastel de chocolate blanco y negro con chocolate fundido, combinado con bayas silvestres y helado de vainilla.
Junto a los postres se ofrece una amplia variedad de tés del programa de a bordo “Té y bienestar”, que incluye una mezcla de té de melisa, manzanilla, guindas y lavanda para conciliar el sueño y aliviar el estrés. Las delicadas infusiones incluyeron hinojo, anís y comino para una digestión saludable; mate, salvia y jengibre para refrescar; té verde, rabo de cereza, seda de maíz y clavo de olor para reducir inflamaciones, y tilo, jengibre, equinácea y clavo de canela para reforzar el sistema inmunológico. Ese desfile final de las infusiones junto con el carrito de postres fue el cierre de oro de un banquete difícilmente repetible en otra aerolínea. ■