La firma suiza de alta relojería Audemars Piguet resucita cualquier reloj. No importa si fue fabricado hace doscientos años o si tiene piezas que contengan mercurio, un elemento prohibido ya en casi todo el mundo. La legendaria casa relojera da vida a modelos antiquísimos en el mismo edificio que en 1868 vio nacer a la manufactura en el pueblo suizo de Le Brassus, en el Valle del Joux, cuna de la alta relojería. Allí se encuentra su taller de reparación y restauración, dirigido por el español Francisco Javier Pasandin, un experto en relojes antiguos que lleva 33 años trabajando en la firma y domina las técnicas más ancestrales.
Cuando el taller recibe un reloj estropeado, lo primero que se hace es desmontarlo para empezar desde cero. Así proceden aunque se encuentren ante los mejores y más complicados modelos del mundo: extraplanos, con cronógrafo, con calendario simple y perpetuo o con los de repetición de minutos. Algunos llevan grabada la referencia de Audemars Piguet y la labor resulta más sencilla, pero también dan respuesta a los propietarios de piezas firmadas por relojeros del Valle del Joux cuya marca ya no existe. Al abrir el reloj, a veces descubren que algún fragmento ha sido soldado o manipulado anteriormente. A algunos clientes les gusta aventurarse en el arte relojero, casi siempre con resultados catastróficos.
Pero nada que Pasandin y su equipo no puedan revivir, pues viajan hasta donde haga falta para buscar materiales y piezas, aunque éstas midan centésimas de milímetro. Otros fragmentos los copian exactamente, e incluso fabrican las herramientas que se requieren para construirlos, porque siempre intentan utilizar los instrumentos que se usaban en la época en la que el reloj fue concebido. Claro que si tienen que decantarse por materiales nuevos —como la cerámica— también lo hacen.
En el taller de reparaciones de Audemars Piguet tardan unas 200 horas en recuperar cada reloj que les llega. Cada hora la cobran a alrededor de 144 dólares y, a veces, se demoran un año. Sólo para restaurar un tornillo rayado se requiere algo más de un cuarto de hora, y en un reloj de bolsillo hay más de cien tornillos. En total, reparan unos 100 modelos antiguos al año. Para ello, cuentan con la ayuda de las cajas en las que los maestros del siglo XIX archivaban los componentes de los relojes y que almacenan apiladas en los armarios de una sala con vistas al idílico Valle del Joux.
Cuando su labor termina, entregan al cliente su reloj. Si resulta ser una pieza histórica, estará acompañada de un pequeño libro que cuenta la historia de cómo se reparó. ■