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La ruta de los grandes sibaritas gastronómicos pasa inexorablemente por cuatro ciudades europeas: París, Londres, Bruselas y Ginebra. Cientos de boutiques de delicatessen se despliegan por sus vetustas calles.
En Francia, estas tiendas llevan el apellido épicerie fine y derrochan elegancia y buen gusto. Están en cualquier esquina. Una de las más sofisticadas es Colette, un espacio “multimarca” que todo el que se tilde de moderno debe visitar. Mientras que entre las de más arraigo están los almacenes Le Bon Marché, que datan de 1860.
Los turistas hacen cola en las más renombradas, desde Galeries Lafayette y la coqueta Bread and Roses, hasta la Maison Berthillon, cuyos helados provocan adicción. También en Fauchon, una marca que ha traspasado las fronteras galas y ha recalado en todo el mundo con su empaque de diseño rosa, negro y oro.
Hédiard Madeleine, por su parte, es una prueba más de la querencia de los parisinos por lo exquisito. Es imposible olvidarse de las teterías Mariage Frères y Dammann Frères; las pastas y turrones de La Grande Duchesse; de Beau et Bon, que ofrece un tour gastronómico por tierras francesas, y de Terres d’apéritifs, que vende artículos de todo el mundo para comer y beber.
En Londres, lo mismo que en París, los establecimientos con aire decadente repletos de productos autóctonos se mezclan con espacios modernos de estantes inmaculados en los que se encuentran los artículos más variopintos. Lo que no está allí, no existe. Los grandes almacenes, al estilo de Harrods, Selfridges y Harvey Nichols, suelen ser los más conocidos, y hay que callejear para toparse con los pequeños comercios independientes.
Una primera selección nos lleva a Paxton & Whitfield, una oda al queso que abrió en 1797; y a Prestat, un establecimiento de 1902 cuya estrella es la trufa. Requieren una mención especial La Fromagerie, Neal’s Yard Dairy y Charbonnel et Walker.
También se distinguen Partridges, que tiene su propia marca, y Mortimer & Bennett que, como tantos otros, permite comprar online, aunque sólo en Reino Unido. El pequeño y elegante espacio de Ottolengui está presente en cuatro elitistas barrios londinenses; Fortnum & Mason es el colmo de los turistas, y Melrose and Morgan ofrece artículos de pequeños productores británicos.
Bruselas se ha convertido en la reina del chocolate. Y las boutiques de Pierre Marcolini se han ganado el estatus de joyerías chocolateras. Marcas como Neuhaus o Leonidas han sorteado la competencia apostando por el ballotín, una pequeña caja de cartón que contiene varios pisos de pralinés. Otro de los orgullos nacionales de Bélgica es la cerveza, que conviene degustar en cervecerías con encanto, como À la Mort Subite o La Porte Noire.
Ginebra, en Suiza, también es conocida por ofrecer la versión más dulce de la vida, y sus quesos y chocolates compiten al más alto nivel con los de los belgas. La ciudad está plagada de delis impolutos y deseables. Los golosos encontrarán su propio paraíso en La Bonbonnière. Arn Chocolaterie y Chocolaterie de l’Arve son también teterías, y la especialidad de Micheli es el cacao negro. Otra dirección que merece la pena es Globus Delicatessa, que se precia de ofrecer “clásicos momentos gastronómicos.” ■