Adoro invitar a gente a casa para comer. Las cenas acogedoras alrededor de la mesa del comedor, con una buena comida y un buen vino, y disfrutar con tiempo de una conversación interesante, son cosas en las que me emociona pensar. Me encanta el olor de las velas y la tenue iluminación que desprenden, y que se mezcla con los aromas procedentes de la cocina.
Vestirme con un vestido nuevo o ponerme uno de mis favoritos, también me produce un enorme placer, sobre todo si consigo que me quepa uno de los más pequeños, y me encanta sentir las cuatro sartenes burbujeando en las hornillas y el horno funcionando a tope.
Poner la mesa, arreglar las sillas y colocar a los invitados forma parte de mi naturaleza. Lo mismo pasa con el envío de invitaciones, la creación de menús y la puesta en marcha de lo que he pensado hacer. Encontrar los mejores ingredientes, buenas tiendas de comestibles y flores bonitas, es como un juego, un rompecabezas de elementos que deben compaginar. Es como el juego de las casitas, sólo que con cosas reales. Todo esto, son cosas fáciles y agradables de organizar, que resultan un auténtico placer cuando se trata de recibir a un pequeño grupo de ocho invitados a los que se ha citado a las ocho.
Me gusta ocuparme personalmente de todos los detalles, y disfruto realmente los pocos minutos de paz antes de que lleguen los invitados, mientras enciendo velas aromáticas alrededor de la habitación. Si existe la calma antes de la tormenta, ése es el momento.
Siempre he admitido que tengo un problema con los números. Las matemáticas no son mi fuerte, y limitar mis cenas a esos ocho invitados que he mencionado antes se está convirtiendo en un imposible. Mis listas de invitados tienden a crecer, especialmente las que planeo con mucho tiempo de antelación. Y ahí es cuando me meto en líos: cuando una acogedora cena para 8 se convierte en una gran cena para 80.
Esto es exactamente lo que pasó en una cena en el jardín de casa. Me ofrecí a organizar el evento benéfico del “Festival de los Árboles” para recaudar fondos, y paré de contar cuando llegué a las 80 personas.
La mecánica de un grupo tan grande resulta abrumadora si uno sigue pensando en la cantidad. ¡Dios mío, 80 personas para la cena! ¿Dónde voy a conseguir todo lo necesario para un grupo así? ¿Cómo voy a sentarlos? Mi solución, y eso es algo que aprendí hace mucho tiempo, es pensar en cada mesa de forma individual y organizar todo para grupos de 10.
El arreglo y decoración de cada una de las mesas deben tener un tema en común y complementarse unas a otras sin tener que ser idénticas. Tás sólo tiene que seguir un hilo en común y compaginarse, sin tener que ser exactas. Desde luego, no tengo una vajilla de porcelana, ni una cristalería, ni una cubertería completa para 80 personas. Por otro lado, tampoco soy de las que les gusta alquilar platos, vasos o cubiertos. Cuando la gente viene a mi casa a cenar, me gusta crear un ambiente casero, no una de esas cenas frías, perfectamente servidas y definitivamente impersonales
Tiendo a comprar los platos en grupos de 8 o 10 en lugar de comprar los juegos completos. Esto me da una increíble flexibilidad a la hora de configurar las mesas, porque puedo mezclarlos y combinarlos como me plazca. Tengo muchas piezas azules y blancas, y éstas son las que más lucen en la mesa.
Para crear los centros, agrupo los candelabros de cristal, algunas peras y manzanas verdes y velas de color blanco. Sencillo y elegante. El resplandor de las velas bajo la luna llena (sí, tuve mucha suerte en eso) resultó mágico. Las peras y las manzanas verdes eran de temporada, pero cualquier combinación de frutas de tonos similares funcionan igual de bien.
Los manteles eran de tonos blancos y azules, sólo tuve que extenderlos encima de unas telas blancas. Algunos cubrían toda la mesa y otros, sólo la parte superior. Las sillas del salón de baile, blancas con cojines blancas, resultaban perfectas para el jardín.
Los farolillos chinos de papel son lo mejor para iluminar las zonas exteriores. La luz se difunde entre el papel de colores, son fáciles de instalar y añaden glamour de forma instantánea. Me gusta poner los colores en uno o dos tonos, evitando así combinaciones desafortunadas de colores. Los farolillos pueden ser rojos y blancos, naranjas y verdes, rosas y beige, o incluso se pueden poner todos del mismo color.
Hay unos farolillos rojos que funcionan con baterías y se cuelgan fácilmente con cintas de seda, lo que da más tiempo para atender a las cosas importantes, como la comida.
Ahora les hablaré del tema de los alimentos: si hacer la cena en una noche normal es difícil, imagínese tener que alimentar a 80 personas. ¿He dicho ya que eran 80 personas? No quiero ser repetitiva, pero 80 personas son muchas, y hasta yo estoy impresionada.
El criterio para la cena era muy simple: Que se pudiera servir fría. Cocinar con tiempo y no tener que volver a calentarla era la clave del éxito. Cortamos la carne y la hicimos a la parrilla por la mañana. Despúes la emplatamos, aderazándola y decorándola justo antes de que llegaran los invitados. Dejar un par de cosas para el último minuto es la única manera de hacerlo todo.
Pasamos bandejas de entremeses como buñuelos de camarones (mis favoritos), bolitas de queso parmesano clásicas y tostadas de lomo de cerdo, que fueron literalmente devorados durante la hora del cóctel (que en mi caso duró sólo 45 minutos). Para las cenas en casa, una gran idea es ofrecer un aperitivo, ya que siempre hay algo de retraso y la gente bebe demasiado.
Servimos tres grandes cuencos con tres tipos de ensaladas: de tomates de la huerta, de tres frijoles y de arroz. Por otra parte, ofrecimos deliciosas pechugas de faisán con una sabrosa salsa, cubiertas de atún clásico y salsa mayonesa. Se trata de un plato clásico de verano, ideal para cenar al aire libre. Unas salchichas a la parrilla servidas con puré de manzana dulce dieron otro sabor diferente.
Para terminar la cena, pusimos en cada mesa platos llenos de diferentes tipos de dulces, bizcochos, galletas de coco y galletas de limón. Los camareros sirvieron la leche de vainilla o chocolate caliente en vasos de plástico, eliminando así la necesidad de platos y cubiertos. A veces es divertido romper algunas reglas de protocolo, especialmente cuando significa que hay menos platos que lavar.
Me encanta la idea de romper un menú tradicional, y para mi próximo evento estoy planeando organizar un buffet para el primer plato y luego pedir a todos los invitados que se sienten a la mesa. Eso permite que los amigos charlen y que luego la fiesta continúe. Otras veces, la diversión consiste en servir el postre en otra habitación de la casa, o que todo el mundo espere la dulce sorpresa en el jardín de atrás.
En cualquier caso, hay que conseguir que haya diversión, que el ambiente se mantenga, y que el menú sea sencillo sin renunciar a una excelente calidad. Buena comida y buenas vibraciones en un ambiente cómodo es lo mejor que puedes ofrecer a tus amigos.
¿Ya he dicho que éramos ochenta? ■