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Siempre me ha gustado cocinar y celebrar en casa. He hecho de todo, desde grandes eventos y cenas festivas hasta comidas de día a día. La cocina es mi forma de agradecer, de ser generosa y solidaria. No sólo es una gran fuente de placer, sino que es artística, creativa, estimulante e inspiradora. Aprendo algo nuevo cada día. También me ayuda a reducir el estrés y me aporta un enorme sentido de realización, de algo bien hecho.
Cuando era niña, sólo me dejaban en la cocina a la hora del té y observaba al cocinero mientras elaboraba pasteles, tartas y galletas. Creo que era más una molestia que una ayuda, pero me convertí en una experta en lamer las cucharas y rescatar hasta la última gota de salsa de chocolate de la cacerola. Y fue así, a la espera de que la torta se horneara, la gelatina acabara de moldearse y la masa subiera, como aprendí el arte de la paciencia.
Años más tarde, en un internado inglés, en clase de economía doméstica, nos enteramos de la belleza de un bollo espumoso, de cómo elaborar corteza pastelera y cómo separar la yema de la clara. También nos enseñaron a escribir recetas, cuentas de balance de los hogares y crear menús. Tuvimos que luchar contra los últimos restos de la mantequilla y raspar ollas con masa de golosina incrustada. Fue así como aprendí la prudencia y la frugalidad en la cocina.
Cuando era adolescente, preparaba entremeses para los amigos que venían a nuestra casa y cócteles para mis padres. Aprendí el arte de la sincronización cuando insistí en preparar los entremeses por la mañana para comprobar con horror que el sol del verano andaluz los echaba a perder sin remedio. Preparar combinados y canapés me permitió “colarme” en el salón de los adultos y de esa forma aprendí el arte de la hospitalidad.
No toqué una sartén hasta que tuve veinte años. Bueno, en realidad no era una sartén sino mi enemigo: la ensaladera. Ser la eterna invitada de fin de semana me hizo darme cuenta de que sería bueno aportar algo a mis anfitriones. Ayudar en la cocina era mi manera de decir gracias por la invitación. Me convertí en una experta ¡en el secado de la lechuga y los tomates de la ensalada!
Fue más tarde, al enamorarme, cuando mi deseo de cocinar se hizo mucho más expansivo. Quería seducir a mi novio, ahora mi marido, con delicias suaves y cremosas y asegurarme de que volvería por más. Hacer un hogar de un pequeño apartamento en Nueva York, me convenció de que sí se puede seducir a un hombre a través de su estómago. En ese pequeño apartamento con una estufa y un fregadero individual, tuve la oportunidad de elaborar comidas memorables. Tengo que admitir con gran orgullo que mi marido aún las recuerda.
Los bebés nacen, los niños crecen, se van, vuelven, se organizan cenas en casa, con más gente, con menos gente, los hijos regresan con más niños a cuestas… y, sin embargo, con todos estos cambios, mi deseo de cocinar no ha disminuido en absoluto sino que ha evolucionado. Mi despensa no es lo que solía ser, llena de productos estimulantes, raviolis congelados y frascos y más frascos de salsa de tomate hecha en casa. Ahora, hay delicias de todo el mundo, quesos exquisitos y aromáticos frutos secos, salmón ahumado y curado y olivas de primera calidad. He viajado, evolucionado y aprendido, al igual que mis gustos y los de mi marido. Comer en casa se ha convertido, una vez más, en un enorme placer. Cocinar para dos, al igual que cocinar para seis, está destinado de nuevo a ser un placer, una forma de compartir bondades y de ser generosa.
Para mí, cocinar es un estilo de vida. Y esto lo digo en voz muy alta ya que la cocina requiere tiempo, preparación y pensamiento y requiere además práctica y más práctica. Le hará renunciar a paseos y compras con amigas y tal vez a ir al cine, o incluso tenga que renunciar a dormir si hace “guardia” para preparar desayunos. Pero por otra parte, se sentirá mucho más sana, más feliz, más fuerte y habrá muchos amigos que estarán encantados de ir a su casa para comer. Se lo prometo.
Receta de huevos al plato (Huevos al horno)
Este plato se cocina tradicionalmente en platos individuales para gratinar. Son difíciles de encontrar porque los huevos al horno están pasados de moda, pero he tenido la suerte de encontrarlos en tiendas de saldo. Algunos de los platos son muy recargados y tienen preciosas imágenes en el exterior, otros tienen el esmalte de color y el interior de cerámica blanca, y otros son simplemente blancos. Esta es una receta que puede dejarse preparada y resulta idónea para un primero compartido o como plato principal en una cena informal. Se puede multiplicar y dividir a gusto del consumidor.
Ingredientes
4 cucharadas de aceite de oliva
1 cebolla grande, pelada y cortada en cubitos
4 dientes de ajo pelados y cortados en cubitos
2 berenjenas medianas, en cubos
4 calabacines medianos, cortados en cubitos
1 lata de 16 onzas de tomates picados
1 lata de 16 onzas de puré de tomate
3 cucharadas de romero
1 hoja de laurel
6 huevos grandes
En una olla mediana, caliente el aceite de oliva a fuego fuerte y agregue las cebollas y el ajo, sazone con un poco de sal. Saltee hasta que las cebollas estén transparentes. Reduzca el calor a fuego medio-bajo y agregue las berenjenas. Cocine hasta que se empiecen a ablandar y los bordes empiecen a dorarse. Añada el calabacín y continúe cocinando hasta que el calabacín comience a liberar su líquido y se vuelva blando. Añadir los tomates cortados en cubitos con su líquido, el puré de tomate, el romero y el laurel y cocinar a fuego lento, revolviendo ocasionalmente hasta que la salsa se espese y todas las verduras estén bien cocidas.
Precaliente el horno a 400 °F. En una fuente para gratinar poco profunda o en seis cuencos individuales, extienda la berenjena y salsa de tomate en el fondo del plato. Rompa un huevo en el centro y hornee hasta que la salsa esté burbujeante y el huevo se cocine a su gusto. Puede cocinarse durante unos 15 minutos. ■