Energía atómica.
Joaquín Torres García, un artista sin parámetros
Disconforme con las vanguardias del siglo XX, creó su propia manera de representar pictóricamente la realidad. Cecilia Buzio de Torres, una de las mayores responsables de la difusión de su obra, califica a la visión artística de Torres García (1874-1949) como el cuarto gran movimiento artístico del siglo XX. “Creo que el aporte de Torres García al modernismo del siglo XX fue ir más allá del cubismo», expresó.
El “universalismo constructivo” de Torres García
La experta define a la corriente creada por el artista uruguayo como una particular confluencia de las tres principales tendencias creativas de la época: cubismo, surrealismo y neoplasticismo, tomando del surrealismo el mundo de lo inconsciente para integrarlo a la plasticidad del cubismo y a la pureza estructural del neoplasticismo, en perfecta y creativa amalgama. Es preciso añadir también la influencia del arte precolombino e indígena, expresiones de las que Torres García fue también un asimilador al comprender su relevancia e incorporarlas a su estética.
(I) Dibujo; (D) Autoretrato.
Un latino en el MoMA
Para el curador Luis Pérez-Oramas no debería interpretarse que la muestra Joaquín Torres García: The Arcadian Modern se trata de una conquista neoyorkina para un artista hispano, ya que las obras de Torres García están desde hace muchos años exhibiéndose en el MoMA. Más bien debería considerarse como el merecido tributo de una ciudad clave para el mundo del arte, como es New York, a unos de los más importantes artistas modernos de origen latinoamericano.
La muestra es una selección representativa de la obra de un artista, que vivió en el último cuarto del siglo XIX junto con Toulouse-Lautrec, Proust, Zola, Nietzche y Bergson; compartió intensamente la primera mitad del siglo XX con Einstein, Wittgenstein, Mondrian y Barnet Newman, y sigue mostrando hoy una vigencia que envidiarían muchos artistas contemporáneos, según opina Pérez-Oramas.
Entoldado La Feria.
El regreso a Nueva York
Torres García llegó por primera vez a Nueva York en 1920. “New York es mi ciudad”, expresaba en ese entonces, según recoge el libro New York, impresiones de un artista. Allí trabajó como diseñador para empresas de juguetes, pintó telones para espectáculos del Music Hall y escribió textos publicitarios. Sin embargo, Nueva York lo terminó abrumando, porque allí existía una concepción mercantil del arte bien distante del purismo europeo. Hoy regresa, a través de sus obras, a la ciudad que amó y que en algún momento llegó a aborrecer, para recibir de ella el merecido homenaje como uno de los maestros de la pintura contemporánea. ■