El pasado diciembre del 2012 salieron a subasta en Sotheby’s New York, recogidas en más de 60 lotes, parte de las joyas que han pertenecido a la conocida norteamericana Jayne Wrightsman. No cabe duda de que esta subasta fue una oportunidad única para apreciar su magnífica colección y de conocer, a través de ella, la evolución en el estilo de esta mujer que, sin lugar a dudas, ha marcado una época.
Nacida el 21 de octubre de 1919 en Michigan como Jane Kirkman Larkin, Jayne se casó a los 25 años con un temperamental jugador de polo, Charles Wrightsman, cuyo padre fue dueño de un exitoso negocio de petróleo. Charles lo sucedió en la compañía familiar, amasando una gran fortuna, aunque en 1918 se independizó y creó su propia compañía, llevando la presidencia de Standard Oil Co. of Kansas desde 1932 un 1953, aunque controló los intereses de la firma durante muchos más años.
Justamente antes de su matrimonio, Jayne hizo su primera adquisición en lo que a joyería se refiere: su anillo de compromiso. A partir de entonces, desarrolló una pasión por coleccionar joyas que fue aumentando con los años, y que incluyó una marcada atracción hacia las perlas exóticas y únicas en su género, los diamantes de formas más caprichosas y las esmeraldas de tamaños jamás vistos.
Toda esta pasión efervescente salió a relucir en la colección que se presentó a subasta en Manhattan, un auténtico recorrido por los más diferentes estilos de joyería. Hay piezas que ciertamente evocan el esplendor de la India, como un espectacular collar compuesto de diferentes perlas, rubíes y esmeraldas. La Belle Epoque, por otro lado, estuvo bien representada por impactantes piezas tales como el magnífico diamante que se convierte en broche y que perteneció a la Gran Duquesa Elena Vladimirovna, nieta del Zar Alexander II, quien cedió la pieza a su hija, la Princesa Marina de Grecia, esposa del Príncipe George, Duque de Kent.
También pudieron apreciarse en la subasta desde los impresionantes pendientes de Rosenthal de zafiros, piedra ultramarina y piedra púrpura, hasta el broche de 1860 que en su día perteneció a Helena Rubinstein. Con el fin de poder dar a conocer la belleza de las piezas y captar posibles futuros compradores, muchas piezas de la colección viajaron, gracias a Sotheby’s, a Ginebra, Hong Kong, Londres y Los Ángeles antes de volver a Nueva York para ser subastados, permitiendo así a los clientes internacionales de la institución apreciar el carácter de cada pieza, cada una interesantísima por sí misma, tal y como comentó Lisa Hubbard, Chairman de la división de joyería de Sotheby’s, para la que ha sido un auténtico privilegio contar con piezas de tal valor en la casa de subastas.
En muchos casos, las joyas superaron el valor estimado: Unos pendientes de Verdura, por ejemplo, de 1992 y de oro, platino, rubíes y diamantes, se estimaban entre $75,000 y $100,00 y al precio de martillo se alcanzó los $266,500 dólares. Otros pendientes de Verdura de oro, esmeraldas y diamantes se vendieron por $446,500 y su valor estimado estaba entre $250,00 y $350,00. Un broche de 1910 compuesto por platino, perlas y diamantes, estaba valorado entre $800,00 y $1,200,00 y se vendió a precio de martillo por $2,042,500. Un collar de Verdura de perlas, platino, oro y diamantes estaba valorado entre $30,000 y $50,000 y se vendió por $128,500, y así, un largo etcétera.
1. Broche de perlas y diamantes. 2. Broche de diamantes con una extraordinaria perla gris.
Maravilloso viaje por la historia de las familias aristócratas de la época, y retrato de su pasión por la alta joyería, la colección de Wrightsman pone de relieve el gusto exquisito de aquella mujer que encabezó durante años la lista de mujeres más elegantes y mejor vestidas de su era. Incluso la mismísima Jacqueline Kennedy le pidió su consejo a la hora de reformar la Casa Blanca.
Su pasión por el arte no se limitó a las joyas. A partir de su matrimonio, desarrolló también una obsesión por los artículos decorativos del siglo XVIII, viajando continuamente en su búsqueda y convirtiéndose en una autoridad en todo lo que al arte del siglo XVIII se refiere, gracias en parte al círculo de expertos del que se rodeó y que incluía nombres como Bernard Berenson, Kenneth Clark, Sir Francis Watson o el decorador francés Stephane Boudin.
Su apartamento en el número 820 de la Quinta Avenida de Manhattan está llenos de tesoros realizados por los príncipes franceses para sus amantes, como reflejo de su pasión por las antigüedades francesas, lo mismo que de piezas de arte de innegable valor, como el retrato de Vermeer o la Magdalena Penitente de Georges de La Tour. Al igual que en sus apartamentos de Londres del 21 James Place, o su mansión de Palm Beach, en las paredes de todas sus residencias colgó lienzos de Rubens, Canaletto, Tiepolo, Guardi, Van Dyck, o Caspar David Friedrich, por nombrar sólo algunos.
Si bien muchas de estas obras que había en las casas de los Wrightsman han sido donadas al Metropolitan Museum de Nueva York (al que los Wrightsman hicieron cuantiosas donaciones para la creación de salas de época, y donde además existen galerías que llevan su nombre), en el apartamento de Manhattan de los Wrightsman quedan aún todo tipo de muebles, pinturas valiosas y objetos de arte importantes y llenos de gran valor sentimental. ■