El primer día de octubre de 2004 muere Richard Avedon, una de las leyendas contemporáneas de la fotografía. Ya no estaría más con su lente para crear esas imágenes esenciales para las casas de la Alta Moda. Pero quedó su legado y el sello de autor que, como fotógrafo, estampó en sus obras con un sentido único de sofisticación.
Como un merecido homenaje al artista, la galería Gagosian de Londres, en colaboración con la Fundación Richard Avedon, abre sus puertas para la exposición Avedon: Mujeres, una selección de fotografías de las décadas de 1960 y 1970, que se centra específicamente en las imágenes de mujeres en movimiento, un hilo conductor de la fotografía de la moda de Avedon. La muestra culminará en noviembre en Gagosian Beverly Hills, en Los Ángeles.
Avedon nació en Nueva York en 1923, y en la década de 1950 imprimió su estética a la revista Harper’s Bazaar. Durante los siguientes 20 años se lo disputaron otras publicaciones como Look, Vogue y Life. Con él terminaba el mito de la mannequin, la modelo fría, indiferente e impersonal que debía ceder el protagonismo al atuendo que vestía. Sus modelos, en cambio, eran mujeres libres y creativas, que gesticulaban y contaban una historia. Sin proponérselo, el fotógrafo era parte del nacimiento de la top model, poderosa y trascendental.
Su entorno social tampoco le fue ajeno. Desde el Movimiento por los Derechos Civiles del Sur de Estados Unidos hasta el instante en que derribaron el muro de Berlín, cada evento definitorio de la segunda mitad del siglo XX quedó en su catálogo. Por encargo del Museo Amon Carter, Avedon realizó uno de sus proyectos más importantes, In the American West, una obra documental en la que creó imágenes de gran formato tomadas con luz natural, al aire libre y con fondo blanco. Rostros cotidianos se convierten en arte gracias a la agudeza de ese lente que descubre en ellos una inusitada fuerza expresiva.
Otra obra maestra, Portraits (1976), nos habla del paso del tiempo y su influencia en el ser humano. Avedon la culmina con una tremenda serie de siete fotografías de su padre, que envejece gradualmente hasta que parece haberse integrado en la luz. El oficio de vivir, con sus alegrías y tensiones, se desvela en este libro como otro motivo fundamental para el fotógrafo.
Y en medio de todo está la mirada del artista al universo de las celebridades, que trasciende los mitos y busca al ser humano. Barbra Streisand no es el perfil de una estrella, sino una persona que se mofa del culto que le rinden. Elizabeth Taylor lanza una mirada desafiante y profundamente inteligente a quienes creen que ella es sólo sus joyas y sus ojos violetas. Mijaíl Barishnikov muestra el dolor y la tensión de cada músculo en su salto; el alma no está en las llamadas de cortina.
El genio de la imagen tuvo claro que, aunque el lujo del aplauso es válido, “lo esencial es invisible a los ojos”. Decidió entonces sacarlo a la luz y, en eso, emula a Saint Exupéry. En el otoño de 2004, Richard Avedon se fue con su cámara en la mano y en plena capacidad creativa. Ni siquiera pensó en cuál sería su epitafio. No importa. Con el legado de tanta obra y el testimonio del genio en cada imagen, nunca lo hubiera necesitado. ■