Una ciudad con mucha historia, París, acoge a un pueblo milenario tradicionalmente relacionado con el arte funerario, para darle color y vida. La exposición Etruscos, un himno a la vida, que reivindica los aspectos del quehacer cotidiano de la civilización etrusca, se presenta en el Museo Maillol de la capital francesa hasta el 9 de febrero del 2014.
Sobre el origen de los etruscos se han dicho muchas cosas pero la única certeza sobre el tema es que su procedencia es incierta. Algunos afirman que se trataba de un pueblo autóctono, otros creen que eran oriundos de Asia Menor, y también están quienes consideran que los etruscos eran una mezcla de ambas teorías. De lo que sí existen evidencias es de que eran muy buenos marinos y comerciantes, y que compitieron con los griegos por mantener su influencia en el Mediterráneo antes de la conquista romana de Etruria en el año 351 a.C.
También se sabe que el arte funerario, muy relacionado con la pintura, la escultura y la arquitectura etruscas, forma parte del legado que nos ha dejado esta importante civilización del Mediterráneo, predecesora de Roma. Pero más allá de la muerte, o antes de ella, ¿qué vida llevaba este pueblo? ¿Cómo se desempeñaban sus habitantes cotidianamente? La respuesta a estos interrogantes podría hallarse en las 250 obras que conforman la exposición Etruscos, un himno a la vida.
La muestra es como un paseo por el día a día de esta civilización tan enigmática, y en ella se abordan temas como los intercambios comerciales, el arte, la arquitectura, el deporte, la artesanía, la decoración y la escritura. Las obras, procedentes de prestigiosas instituciones italianas y europeas, muestran el modo de vida del pueblo etrusco a través de la evolución de su hábitat, desde las primitivas chozas del siglo IX a.C. hasta las grandes casas de los patricios y sus interiores refinados.
Esta exposición reivindica la vida, y las piezas expuestas son prueba de ello: obras maestras de los artistas de la escuela de Veyes, pinturas de Tarquinia, impresionantes esculturas de piedra de Vulci, terracotas de los templos de Orvieto, y variadas manifestaciones artísticas de Chiusi, Populonia, Perugia y Volterra.
“[El etrusco] era un pueblo de una gran diversidad, que supo mezclar e integrar todo tipo de influencias, incorporándolas de manera no uniforme en función de las diferentes ciudades y épocas”, explica Vincent Jolivet, arqueólogo y miembro del comité científico del Museo Maillol. “Los objetos son difíciles de descifrar pero resultan interesantes. Hay piezas que podrían estar vinculadas a Egipto. Otras recuerdan al mundo fenicio o cartaginense, y es evidente que el mundo griego también está muy presente”.
Etruscos, un himno a la vida, es una fascinante muestra que permite conocer a esta civilización milenaria desde una perspectiva diferente: más allá de la imagen funeraria que tradicionalmente se tiene de los etruscos, resaltar su vida, su cultura y sus costumbres. ■