Afable, sencillo y bondadoso, el violinista Gil Shaham sigue siendo a los 42 años la misma persona que entrevisté hace dos décadas cuando actuó como solista de la Filarmónica de Moscú. Toda una hazaña cuando se trata de navegar el mundo de egos inflados en el que vive y por el que transita sin que nada le haga mella. Está seguro de lo que es, no tiene que probar nada a nadie. Es uno de los grandes de esta época, hijo de una generación que produjo violinistas rutilantes.
Sigue siendo el mismo hijo de científicos (su padre, el astrofísico Jacob Shaham era violinista; y su madre, genetista y, además, pianista) que nació en Illinois y creció en Jerusalén, donde debutó como solista a los 10 años con la orquesta de la ciudad y que, luego de ganar el concurso Claremont, desembarcó en la Julliard School neoyorquina. “Ese día pensé en dejar el violín y hacerme electricista”, recuerda Shaham. “Llegué creyéndome alguien y me encontré con cien Itzhaks Perlmans de mi edad. Fue una invalorable lección de humildad”.
GIL SHAHAM.
Casualidad o coincidencia, el nombre Itzhak Perlman continuó señalándole rumbos. Gil estudió con su maestra, la célebre Dorothy De Lay, y su imprevista consagración llegó el día que el virtuoso Perlman se enfermó y tuvo que cancelar un concierto en Londres. “Hasta hoy no sé quién sugirió mi nombre, lo cierto es que la idea de subirme al Concorde y librarme de recitar Los cuentos de Canterbury en el examen de inglés, me hizo aceptar de inmediato”, cuenta Shaham con entusiasmo. “Diez minutos antes del concierto, me di cuenta de que esa gente esperaba a Perlman y no a mí, y ahí sí quise volver corriendo al colegio”.
Esa fue la noche de la consagración de Gil Shaham. Desde entonces, no ha dejado de andar por el mundo, de tocar con las grandes orquestas y directores, de grabar discos y de cosechar ovaciones.
En el camino encontró a Adele Anthony, una talentosa violinista de Tasmania, con quien tiene tres hijos que son el principal motivo para volver cada día a su casa de Manhattan en Nueva York. “¡Pensar que antes hacía planes de viaje y ahora sólo quiero volver y estar con ellos, llevarlos a la escuela o a los juegos de baloncesto!”, comenta Shaham sobre su bulliciosa troupe integrada por Elijah, Ella Mei y Simon.
En todo sentido, su carrera y su enfoque son un ejemplo. Gil fue un niño prodigio —sin contar con que sus hermanos, Shai y Orli, tocaban el piano desde los 4 años— pero sus padres nunca lo forzaron y sólo insistieron en que escogiera hacer aquello que lo hiciese feliz.
En algún momento, Gil llegó a plantearse si realmente quería seguir el camino de la música, o vivir en otro lugar. “Tuve que adaptarme, por ejemplo, a llegar becado a Nueva York. Venía con tierra en las rodillas de tanto jugar al fútbol, y de pronto, estaba en esta jaula anónima donde nadie me conocía y que hoy no cambio por ninguna, porque es el paraíso para un músico”, afirma Shaham.
Definitivamente consagrado como uno de los mejores ejecutantes del violín, Shaham no le dedica a la promoción más que lo necesario. Tiene demasiado que hacer, y hasta ha fundado su propio sello discográfico, Canary Records, donde emprende proyectos de especial significado. Sigue admirando a Jascha Heifetz y David Oistraj como cuando era niño, y considera que “si bien los violinistas de antes tenían mayores libertades expresivas, los de hoy no somos máquinas de tocar, como sugieren algunos. Somos todos muy diferentes y no ‘sonamos’ igual”.
Pero Gil suena muy diferente que muchos de sus eximios colegas contemporáneos. Además de un virtuosismo a toda prueba, posee un sonido amplio y carnoso, profundo y terso, que retrotrae a sus ídolos Heifetz y Oistraj y, por qué no, al maestro Perlman. Ese sonido inconfundible se ve enriquecido por el legendario Stradivarius que toca. “Se lo conoce como Comtesse de Polignac porque perteneció a la condesa que, según dicen, fue amante de Benjamin Franklin cuando era embajador en París antes de la Revolución”, explica Shaham. “Lo cierto es que fue un violín experimental que el cremonés construyó en 1699. Es más alargado. Y también es cierto que si este violín hablara, nos enteraríamos de algunos secretitos. Sin contar con que durante su estadía en Venecia sirvió nada menos que a Vivaldi”.
Con o sin Stradivarius, sus lecturas de los grandes conciertos para violín son referencias ineludibles, se trate de Beethoven, Brahms (dirigido por Claudio Abbado), Tchaicovsky, Mendelssohn, Sibelius, Elgar y un grupo al que cariñosamente llama “de los años 30”. Shaham asegura que “es sólo una excusa para tocar mi música favorita, más allá de que sean obras compuestas coincidentemente en la misma época, como una gran ola de talento que explotó entre las dos guerras”.
Gil se refiere a los conciertos de Barber, al segundo de Bartok, a los de Walton, Stravinsky, Prokofiev, Milhaud, Hindemith y, en especial, al de Alban Berg, ese Concierto a la memoria de un ángel que lo acompaña desde siempre. Si Shaham ha hecho literalmente suyos cada uno de ellos, todavía queda uno que, aunque compuesto en 1945, estilísticamente pertenece a la gloriosa generación vienesa de preguerra: el Concierto para violín de Korngold, del que quizás sea su intérprete definitivo. Lo prueba el excepcional cd que grabó en 1993, junto al de Barber, dirigido por André Previn. El lacerante lirismo del compositor austríaco exilado en Estados Unidos encuentra en Shaham un vehículo ideal al conseguir un inmaculado equilibrio entre la decadencia y el virtuosismo de la época, sin dar lugar a excesos ni sentimentalismos.
Y es con esta composición, estrenada por el mismísimo Heifetz, que Shaham se presentará nuevamente en Miami, secundado por la Orquesta de Cleveland bajo la batuta de Franz Welser-Most. Se trata de un imperdible programa vienés —que también incluye obras de Schubert y Johann Strauss, hijo— que se llevará a cabo en el Knight Hall del Adrienne Arsht Center los días 24 y 25 de enero del 2014.
Será un placer volver a dar la bienvenida a quien ha crecido y madurado como hombre y como artista, pero quien afortunadamente sigue siendo el mismo entrañable ser humano que entrevisté hace ya 20 años.
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