El Museo Dalí es un homenaje al genio del pintor catalán y a su entrañable relación con A. Reynolds Morse y Eleanor Reese. Morse, un magnate de la industria de los plásticos de Cleveland, Ohio, y su esposa vieron por primera vez el trabajo de Dalí en una exposición itinerante que éste presento en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, ciudad a la que se había trasladado con Gala, su gran amor y musa, para huir de la Segunda Guerra Mundial (los Dalí vivieron ocho años en los EE.UU.). En la primavera de 1943, como regalo de su primer aniversario de bodas, los Morse se compraron su primer Dalí: Daddy Longlegs of the Evening Hope (Dalí titulaba sus cuadros indistintamente en inglés, francés, catalán o español). Para aquel entonces, los Morse y los Dalí ya se habían conocido y comenzaba a forjarse entre ellos una sólida amistad. Y así, mientras crecía la amistad, crecía también la colección de los Morse que no provenía únicamente de los cuadros que le compraban directamente a Dalí, sino de coleccionistas y marchantes de arte privados. “La expansión de nuestra colección a lo largo de 45 años fue toda una serie de aventuras dalianas”, expresaría Reynolds Morse en Dalí, libro que escribió expresamente para el museo (además de otros 15 que ha escrito sobre el artista; su esposa Eleanor, por su parte, ha traducido la mayoría de las últimas obras de Dalí del español y francés al inglés). Poco a poco, los cuadros de Chirico, Tanguy, Magritte y Miró de los Morse fueron sustituidos por nuevos Dalí. Llegó un punto en que eran tantas las obras, y algunas de tamaño tan descomunal, que el matrimonio se vio ante la necesidad de buscar un espacio mayor que acogiera su magnífica colección con la única condición de que se mantuvieran integra. “El conservar la colección intacta era vital porque solo así se capta el desarrollo completo del artista, desde sus años adolescentes en Cataluña hasta su transformación en una figura de fama internacional”, explica Morse en su libro Dalí.
No les fue fácil a los Morse encontrarle un “hogar” a su colección completa. Corría el final de la década de los 70 y, en aquella época, Dalí aún estaba considerado poco menos que un “catalán chiflado” por quienes dictaban los cánones del “Arte” a nivel internacional. Ningún museo estaba interesado en adquirir la colección y cualquier otra institución hubiera aceptado sólo parte de ella. En enero de 1980, el Wall Street Journal publicó un artículo, “El mundo del arte americano titubea con Dalí” (“U.S. Art World Dillydallies Over Dalis”), sobre el insólito caso de esta pareja norteamericana que donaba su colección millonaria de obras de Dalí sin que ninguna institución hubiese querido todavía aceptar semejante regalo. Esta nota fue el detonante perfecto para hallar la solución. El abogado de St. Petersburg James W. Martin leyó la historia y vislumbro el relucir de un tesoro en aquella oferta de los Morse. Movilizó de inmediato a un grupo de poderosos líderes comunitarios, contactaron al matrimonio en Ohio, se dedicaron a recaudar fondos y lograron en pocos meses inaugurar el Museo Dalí.
Lo que comenzó como un sueño nacido de la preocupación por encontrar un espacio donde albergar la mayor colección privada de obras de Salvador Dalí se ha convertido en uno de los secretos mejor guardados de la ciudad de St. Petersburg. Tanto es así que ante la necesidad urgente de protegerlo de huracanes e inundaciones, y de ampliar su espacio para exhibir más obras, su directiva, la ciudad y los mecenas floridanos se enfrascaron en la labor de construir una nueva sede para el museo en el 2008. La nueva estructura, una pieza maestra del surrealismo que mezcla de forma casi mágica el clasicismo con la fantasía daliana, se alza sobre la bahía de Tampa muy cerca del edificio original.
Diseñado por el arquitecto Yann Weymouth de HOK, el nuevo edificio, inaugurado en enero del 2011, consta de un simple rectángulo con paredes de 18 pulgadas de grosor, capaces de resistir un huracán de categoría 5, de donde nace una inmensa burbuja geodésica llamada “Enigma” que tiene 75 pies de alto y está formada por 1062 triángulos de cristal. En el interior del museo se construyó otra pieza clave y simbólica de la obra de Dalí: una escalera en forma de hélix que nos recuerda su obsesión con las espirales y la estructura de la molécula del ADN.
El edificio de tres pisos contiene en su interior tienda, café, teatro y salones para clases, conferencias y talleres de toda índole, además de una extensa biblioteca. El tercer piso se abre a maravillosas vistas de la bahía de Tampa a través de sus paredes de cristal y contiene las galerías donde se albergan las 96 pinturas de la colección y una gran selección de objetos, afiches, dibujos y fotografías del artista, así como objetos inspirados en la obra del pintor catalán.
Los jardines emplazados frente a la bahía se prestan a la contemplación, y su montaje permite a los estudiantes teorizar sobre la relación entre las matemáticas y la naturaleza, también pilares de la obra del pintor. Para completar los espacios al aire libre, los arquitectos incluyeron un laberinto que invita a la exploración daliana y a la tranquilidad. La obra de Dalí finalmente tiene un merecido hogar donde puede ser admirada por los amantes del surrealismo. ■