El uso del perfume forma parte de nuestras costumbres de belleza y nuestro ADN estético. Lo escogemos para expresar personalidad, seducción, alegría o independencia. Y actualmente está estrechamente ligado al mundo de la moda. Casi todas las fragancias —con excepciones como la firma Guerlain— pertenecen a marcas de ropa de lujo o cosmética. En algunas ocasiones, se han convertido en emblema de un diseñador, como Chanel N° 5, que en 1921 supuso una revolución: por fin un perfume se componía de más de una flor y, además, se presentaba en un frasco moderno y resistente, alejado de la estética barroca. Coco Chanel lo concibió como un producto pensado para la mujer del siglo XX y es leyenda gracias a Marilyn Monroe o Andy Warhol.
Pero muchos siglos antes de que Marilyn se “vistiese” únicamente con unas gotas de perfume para irse a dormir, Cleopatra ya empleaba las esencias para ratificar su poder y su atractivo. En Egipto, a principios del año 30 a.C., existía toda una industria de perfumería en torno a un barrio de Alejandría, tal y como lo recoge el libro Los orígenes de la perfumería, de Ramón Planas i Buera. Cronistas de la época, como Plutarco, narran el encuentro de la reina egipcia con Marco Antonio y describen cómo “olores maravillosos de multitud de inciensos inundaban las riberas”. También en el bajorrelieve del templo de Edfu, del Antiguo Egipto, se conservan jeroglíficos con las recetas para elaborar las fragancias.
Planas explica que, en sus orígenes, el perfume tuvo una finalidad religiosa y se ungían las estatuillas de los dioses con pomadas olorosas e incienso. De hecho, los primeros perfumistas profesionales fueron los sacerdotes, que tenían sus laboratorios al lado de los templos, y el primer pueblo del que se han encontrado rastros de la elaboración de aromas y cosméticos es el sumerio, en la antigua Mesopotamia.
El aroma forma parte de la biografía de grandes aristócratas, como la Reina de Saba o Catalina de Médici, quien en el siglo XIII encargaba la fragancia Acqua della Regina a la farmacia Santa Maria Novella de los frailes dominicos de Florencia, considerada la primera botica de Europa. Y en el Museo del Perfume de Barcelona se conservan más de 300 recipientes, entre los que destaca uno de la reina María Antonieta, del final de una época en la que París fue capital del perfume y Luis XIV y Luis XV lo utilizaban en Versalles para ocultar la falta de higiene y los malos olores.
Napoleón devolvería la gloria al perfume francés, que desde el siglo XVI cuenta con su capital internacional en la Provenza: el pequeño pueblo de Grasse, a 12 kilómetros de Cannes, donde se concentra hoy en día la mayor parte de la producción mundial. ■