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Aunque muchos expertos aconsejan que no nos preocupemos por las pequeñas cosas, todos sabemos que esas pequeñas cosas pueden desgastar la mejor de las parejas. Antes de que esos pequeños granos de arena exploten y se conviertan en el big bang de nuestro amor, debemos crear redes seguras en la relación que nos sostengan para no caer. Si quiere, véalo como un cambio de dirección de la energía. Un punto clave de Wabi Sabi es aprender a cambiar el foco de aquello que hace a nuestra pareja tan compleja y ponerlo en lo que la convierte en alguien único.En el fondo, ese cambio tiene que ver con la gratitud. Y la gratitud es una emoción que puede salvar su matrimonio, especialmente si los hábitos diarios de su pareja le sacan de quicio. Los pequeños rituales de gratitud pueden evitar discusiones interminables sobre lo que el otro hace.
Durante muchos años, empezaba el día con una oración que me servía para centrarme y recibir la guía divina. Me gustaba hacer una lista de agradecimientos. Algo así: “Hoy doy las gracias por que tengo aire fresco para respirar y agua limpia para beber y muchos amigos y familiares que me quieren”.Hasta aquí todo en orden. Hasta que me casé y mi oración fue otra: “Querido Dios, ¡ayúdame! Me he casado con un hombre que odia coger el teléfono y es capaz de atravesar la habitación con el teléfono en la mano para dármelo y que conteste yo”.
Lo admito. Quizás exagero un poco. Pero como todas las parejas, Brian y yo teníamos nuestras respectivas manías y comportamientos curiosos que hemos tenido que aprender a amar y apreciar. La práctica diaria de ofrecer oraciones (tenga o no fe en un ser superior) por su ser amado –incluidos sus defectos– mantendrán su mente abierta y su corazón receptivo y dispuesto a recordar lo mucho que lo ama. Porque serán precisamente esas pequeñas grietas lo que más echará de menos algún día.
La historia de la señora Lee
La habitación, fresca y tranquila, estaba repleta de rostros dolientes de amigos y familiares, cuando el director de la funeraria invitó a la señora Lee a que hablara. La pequeña y elegante viuda, caminó con lentitud hacia el atril de la pequeña capilla y comenzó a hablar con calma.
“No voy a rezar oraciones por mi difunto marido. Al menor hoy no. Tampoco hablaré de lo maravilloso que era”. Los ojos de la señora Lee brillaban. “Hay muchos aquí que ya lo han hecho”. La viuda aspiró profundamente y continuó. “Lo que quiero es hablar de algunas cosas que quizás les hagan sentir un poco incómodos”.
Muchos asistentes dejaron de abanicarse y se pusieron rígidos en sus asientos. “En primer lugar, me gustaría contar lo que pasaba en la cama”. La señora Lee hizo una pausa dramática, cambiando su peso de un lado a otro. “¿Alguna vez han tenido problemas para arrancar su coche por las mañanas?” Estudió cuidosamente los rostros que la escuchaban. Y entonces, con un sonido estridente, gruñó y bufó, sacudiendo con violencia su pequeño cuerpo. “Así es exactamente como sonaba el ronquido de David”. Se oyó una tos incómoda. “Pero esperen”, continuó. “El ronquido no era lo único. También estaban las respiraciones silbantes que a veces eran tan fuertes que le despertaban”. Entonces se oyó la risa de un niño cuya madre, sonrojada, escondía una sonrisa.
“¿Que ha sido eso?, preguntaba David sobresaltado. Oh! Creo que ha debido de ser el perro. Entonces, yo le daba unas palmaditas en la espalda, estiraba la colcha y le decía que volviera a dormirse”. La viuda se tocó el pelo como si estuviera recordando la forma en que sus manos se posaban en el cuerpo jadeante de su marido. “Quizás piensen que esto es algo divertido”. La señora Lee hizo un atisbo de sonrisa. “Pero cuando la enfermedad estaba en su peor momento, ese sonido me reconfortaba porque era la prueba de que David aún estaba vivo”.
El silencio se apoderó de la sala. Incluso los pájaros de afuera parecían estar escuchando. La señora Lee miró hacia el cielo y su voz empezó a quebrarse. “¡Qué no daría yo ahora por volver a escuchar esos ronquidos antes de dormir!». Una lágrima recorrió el rostro de la viuda y cayó silenciosamente en la solapa. “Al final, son esas pequeñas cosas que recuerdas, esas pequeñas imperfecciones, lo que convierten a una persona en el ser perfecto para ti”.
“De modo que, mis queridos hijos”, la señora Lee señaló la primera fila con la mano, “espero que algún día encontréis para vosotros un compañero que sea tan maravillosamente imperfecto como vuestro padre lo fue para mí”.
El elocuente discurso de la señora Lee sobre su marido, hizo llorar a todos los asistentes. Con unas pocas palabras llenas de verdad, resumió el misterio y la magia de un matrimonio para toda la vida, construido sobre los cimientos del amor, la imperfección y una aceptación sin límites.
El amor Wabi Sabi es la práctica de aceptar los defectos, las imperfecciones y las limitaciones (así como los regalos y bendiciones) que forman la vida en pareja. Ese es el amor sagrado, no el enamoramiento ni el amor que a uno le conviene. ¿Se imagina cómo sería el mundo si la premisa básica del amor romántico y la unión profunda se basara en el arte de amar las imperfecciones del otro, en vez de en la ilusión de que una relación es perfecta sólo si la otra persona lo es? Imagínese un mundo en el que la imperfección es la norma y además se valora de verdad. Cualquiera que haya experimentado el amor Wabi Sabi sabe que sólo hay un camino: explorar, abrazar y enamorarse de verdad de los defectos del otro y de los defectos propios. ■