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La actriz Julia Roberts sólo bebe leche de soja, mientras que Wynona Rider no consume más líquidos que Coca-Cola orgánica. Se comenta también que la modelo Gisele Bundchen no prueba bocado que pueda fermentar en su estómago, y que el diseñador Jean Paul Gautier toma al día una ingente cantidad de zumos de naranja. Marlon Brando se obsesionó tanto con su dieta en el último periodo de su vida, que analizaba la composición de cada yogur desnatado para ver si realmente no llevaba grasas en su composición.
Estas rarezas relacionadas con la comida son prueba palpable de un trastorno de origen psicológico que se manifiesta como una alteración patológica del comportamiento alimentario. Es una enfermedad que se conoce con el nombre de ortorexia, un vocablo que viene del griego, “ortho”, que quiere decir justo, y “orexia”, que significa apetito correcto.
La ortorexia es un trastorno obsesivo-compulsivo caracterizado por la fijación patológica por comer alimentos sanos. Pero mientras que la anorexia y la bulimia giran alrededor de la cantidad, la ortorexia se basa en la calidad de los alimentos que nos llevamos a la boca.
Nadie puede cuestionar que estar concienciados por comer adecuadamente es perfectamente comprensible, e incluso conveniente para el buen funcionamiento de nuestro organismo, porque previene algunas enfermedades. El problema surge cuando ese fin se convierte en una auténtica fijación.
Fue más o menos con la llegada del nuevo milenio cuando esta palabra comenzó a escucharse en los consultorios médicos del primer mundo. Pero es curioso que, aunque ya ha transcurrido más de una década, pocas son las personas que han oído hablar de la ortorexia.
Se sabe que quienes lo padecen son habitualmente mujeres, y que muchos especialistas le atribuyen el marchamo de enfermedad de las clases altas, ya que es más común que la sufran mujeres con un alto nivel adquisitivo, porque los alimentos orgánicamente puros son más caros que el resto.
De momento, este nuevo mal no está contemplado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), y su significado todavía no aparece en los diccionarios, pero seguramente, y por desgracia, como las demás enfermedades alimentarias, se aferrará en nuestra sociedad para quedarse.
El origen
El creador del vocablo con el que se define esta nueva enfermedad es el doctor Steven Bratman, un médico estadounidense –profesional de las medicinas alternativas– quien durante años defendió la teoría de la importancia de hallar una dieta que ayudara al ser humano a encontrar el estado de salud perfecto.
Bratman experimentó en sí mismo las consecuencias que puede sufrir una persona que centra su vida en torno a una alimentación excesivamente estricta o severa. Después de pertenecer durante 25 años al Movimiento de Alimentos Naturales de Estados Unidos, el Dr. Bratman inició una campaña contra las dietas estrictas. “La mayoría de los estadounidenses haría bien en mejorar su dieta, no hay duda sobre esto. Sin embargo, en el campo de los alimentos sanos, muchas personas se beneficiarían si se pasaran al bando contrario y no fueran tan estrictas”, sentenciaba el Dr. Bratman, quien comenzó una estricta dieta y terminó padeciendo un nuevo trastorno: ortorexia nerviosa, o la nociva obsesión por comer saludablemente. Él mismo acuñó el término en 1996 y publicó su libro: Health Food Junkies (Los fanáticos de la comida sana) en el que relata su traumática experiencia.
Estrictamente, la ortorexia se encuentra estrechamente relacionada con la anorexia y la bulimia, dos trastornos de la alimentación que afectan a muchas personas en los países industrializados, y que poco a poco a poco se está extendiendo también en grandes ciudades de países en desarrollo.
“Cuando la alimentación se convierte en una obsesión que afecta la vida cotidiana, las relaciones sociales y la propia felicidad, tenemos que empezar a pensar en la posible existencia de una patología”, señala la doctora María José Zamora, de la Clínica de Asesoramiento Psicológico y Desarrollo Integral de Barcelona. “No podemos vivir para comer. Lo deseable es comer para vivir”.
Sara Vila, trabajadora social en la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia de Madrid, sabe que estos casos no son nada inusuales: “Una persona cree que está saliendo de la anorexia o de la bulimia, y cae en el extremo de comer tan sólo productos ‘sanos’. Lo peor de todo este asunto es que, para muchos, la ortorexia no es una enfermedad sino es tan sólo una obsesión más o menos normal que sufren algunas personas que se cuidan extremadamente”.
Soledad R. trabaja como encargada en una gran tienda de productos ecológicos y naturales de Madrid, y observando a sus clientes se ha dado cuenta de que muchas personas se obsesionan al máximo con este tipo de alimentos. “En muchas ocasiones he visto comprar a una chica que sé que sufre de anorexia, y que viene siempre a comprar acompañada de su abuela. Ambas se quedan un buen rato porque esta joven tan sólo come productos adquiridos aquí”.
El doctor Javier Aranceta es uno de los más prestigiosos expertos en Nutrición de España. Según su opinión, la falta de estudios médicos en el mundo acerca de la ortorexia se debe, principalmente, al poco interés que despierta esta nueva patología. Y es así, según explica, porque muchos profesionales de la medicina no contemplan la ortorexia como una enfermedad debido, sobre todo, a la falta de evidentes criterios diagnósticos que puedan situarla entre los trastornos habituales de la alimentación.
Como dice el doctor Luis Rojo, director de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Hospital Universitario La Fe de Valencia, “actualmente la ortorexia no está definida como una enfermedad, es más bien una actitud”.
Pautas para diagnosticar la ortorexia
(Según el Dr. Steven Bratman)
¿Pasa más de 3 horas al día pensando en su dieta sana?
¿Se preocupa más de la calidad de los alimentos que del placer y el disfrute de comerlos?
Conforme aumenta la calidad de su comida, ¿cree que disminuye su calidad de vida?
¿Se siente culpable cuando se salta sus convicciones dietéticas?
¿Planifica hoy cada detalle de lo que va a comer mañana?
¿Le aísla socialmente su manera de comer?
¿Se ha vuelto más estricto consigo mismo?
¿Aumenta su autoestima cuando cree que come alimentos sanos? ■