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No hay nada más agradable que adentrarse en un hammam con historia y abandonarse a sus rituales. Las claraboyas dejan entrar una luz tenue, la sensual música árabe llega lejana, los aromas embelesan, el agua acaricia la piel y el cuerpo se adentra en un estado de éxtasis del que resurge purificado.
Los baños públicos del mundo islámico, con siglos de tradición, se incluyen ahora en las ofertas de cualquier spa. Pero por motivos de espacio, es difícil que un centro de estética o un hotel de lujo construyan fielmente las instalaciones de un hammam auténtico y al final sólo ofrecen una sala donde hace calor.
Concebido originalmente como lugar tradicional de reunión y centro principal de la vida social, el hammam de Turquía y otros países árabes se expande por varias estancias honrando a su elemento principal: el agua. Suele constar de zonas diferenciadas para mujeres y para hombres, vestuarios, salas independientes de agua fría y caliente, sala de vapor y de relajación, y la sala principal —la más amplia— con agua templada.
Nada más entrar en un hammam, el cliente recibe un pareo y debe decidir si sólo quiere un baño o si prefiere acompañarlo de un masaje. En este último caso, elige el grosor del guante kessa con el que le frotarán el cuerpo, generalmente hecho de un tejido áspero que deja la epidermis suave. En algunas ocasiones, también escoge el tipo de jabón adecuado a su piel. A continuación, accede a la sala de vapor y, finalmente, a la de agua templada, donde vierte agua por encima de su cuerpo con la ayuda de unos cuencos.
El masaje en un auténtico hamman se realiza sobre piedra templada y resbaladiza, y no tiene mucho que ver con ese otro cuidadoso y placentero que suele aplicarse a los clientes acostados sobre cómodas camas en los spas. En los países árabes nos encontramos con el rudo proceder de mujeres u hombres corpulentos que limpian, frotan y exfolian la piel intensamente con el firme propósito de desprender —al parecer, para siempre— las células muertas. Al finalizar el circuito, después de una hora y media, aproximadamente, el cliente accede a la sala de relajación, donde habitualmente sirven un té de propiedades antioxidantes.
El hammam tiene múltiples beneficios para la salud. El vapor y las altas temperaturas mejoran la elasticidad de la piel y su hidratación. Los poros se dilatan, se eliminan toxinas y el sudor facilita la limpieza profunda de la epidermis. No obstante, se recomiendan ciertas precauciones para embarazadas, adultos mayores y personas con hipertensión, ya que el calor puede acelerar el ritmo cardíaco.
En España, país con un pasado árabe, la red Al Andalus tiene centros de hamman en Granada, Málaga, Madrid y Córdoba. Y los del Grupo Aire están presentes en Barcelona, Almería, Sevilla y Vallromanes, cerca de Barcelona, además de su centro en Manhattan, Nueva York. También se pueden encontrar baños hammam de lujo en otros países europeos. En Alemania, por ejemplo, en los hoteles cinco estrellas Grand Hotel Heiligendamm, a orillas del Mar Báltico; el Steigenberger Frankfurter Hof de Frankfurt; el Schloss Elmau, en la localidad de Krün, en Baviera, y el Sultan Hamam de Berlín, que es el más grande de la ciudad. En Francia, abundan en París: O’Kari, Les Bains du Marais, L’Escale Orientale y Hammam Pacha son sólo algunos de ellos. ■