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En la década de 1950, el arquitecto barcelonés Oriol Bohigas soñaba con reconstruir un pequeño pabellón erigido para representar a Alemania en la Exposición Universal de Barcelona de 1929, el cual fue demolido tras la clausura del evento por orden del gobierno alemán. A pesar de que fueron muchas las voces que solicitaron su preservación, las autoridades germanas hicieron oídos sordos a la petición. Años más tarde, el edificio ya inexistente, fue estudiado e interpretado exhaustivamente por arquitectos de todo el mundo con la ayuda de los planos originales, imágenes en blanco y negro y el testimonio de quienes lo habían visitado.
El sueño de Bohigas se hizo realidad: el pabellón, que en su momento simbolizó el carácter progresista y democrático de la nueva República de Weimar y que se levantó para albergar la recepción oficial de Alemania al rey Alfonso XIII, finalmente terminó de reconstruirse en 1986. El proyecto, impulsado por Bohigas, se encomendó a los arquitectos Ignasi de Solá-Morales, Cristian Cirici y Fernando Ramos, quienes se comprometieron a guardar una fidelidad absoluta al modelo, ajustándose tanto al diseño como a los materiales originales.
El Pabellón de Barcelona de Ludwig Mies van der Rohe está considerado una de las cuatro obras canónicas de la arquitectura moderna, junto con el Edificio de la Bauhaus de Gropius, la Villa Saboya de Le Corbusier y la Casa de la Cascada de Lloyd Wright. Ejemplo arquetípico de la máxima “Menos es más” de Mies van der Rohe, contiene elementos de la arquitectura tradicional nipona, el neoplasticismo y el suprematismo. A través de su composición formal se exploran los conceptos, entonces novedosos, de planta libre y continuidad espacial.
Emplazado sobre un podio rectangular recubierto en mármol travertino —a la manera de los templos romanos— se divide en tres zonas: el patio de recepción, un núcleo edificado y un patio trasero. Los elementos verticales y horizontales que definen estas zonas se disponen con libertad, pero regidos por un riguroso orden geométrico y trabajados con precisión y maestría. El lenguaje moderno del edificio se resalta a través del uso de materiales como el vidrio, el acero y cuatro tipos de mármol: verde antiguo de Grecia, verde de los Alpes, travertino romano y ónice dorado africano.
En el interior, circunspecto y minimalista, destacan las icónicas sillas Barcelona, creadas por van der Rohe en colaboración con la diseñadora Lilly Reich. Inspirada en las sellas curulis de los antiguos magistrados romanos, la silla Barcelona, con su estructura de acero inoxidable pulido y asiento y respaldo de cuero, significó una absoluta innovación para su época y es considerada una obra clásica del diseño de mobiliario moderno del siglo XX.
En el patio sur del Pabellón alemán está la reproducción en bronce de la escultura Amanecer de George Kolbe, cuyas líneas curvas contrastan con la pureza geométrica del edificio. La escultura está magistralmente situada en un extremo de un pequeño estanque, donde no sólo se refleja en el agua sino también en el mármol y los cristales creando la sensación de que se multiplica en el espacio.
Gracias al tesón de un grupo de entusiastas que lucharon durante años para que se rehiciera el Pabellón alemán de Barcelona, miles de personas han podido visitarlo desde entonces. Ya no es sólo un objeto de culto para profesionales, sino un espacio donde todos podemos disfrutar de la belleza y serenidad que transmite. ■