Como inevitable punto focal, en una esquina del Paseo de Gracia, en Barcelona, se impone la Casa Milà, la majestuosa mole de piedra diseñada por el arquitecto catalán Antoni Gaudí, que es un símbolo mundial de la arquitectura modernista.
“La Pedrera”, como también se le conoce popularmente, aloja en la actualidad un centro cultural que se destaca por sus museos y las actividades interactivas que desarrolla con el público. Pero este monumento, concebido como una obra de arte en sí mismo y declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1984, tiene mucha historia.
El desarrollo de la corriente modernista en Europa fue favorecido por la revolución industrial. En Cataluña, el modernismo lo fomentó la alta burguesía con el afán de expresar su propia identidad y poner de manifiesto su riqueza y distinción.
Al calor de este movimiento artístico, el adinerado empresario y político Pere Milà i Camps y su esposa, la acaudalada Roser Segimon, encargaron al entonces renombrado arquitecto Gaudí un proyecto a gran escala, innovador y de exquisitos detalles. El propósito fundamental de la obra fue servir de residencia familiar, además de contar con pisos para alquiler, pues la zona comenzaba a proyectarse como un barrio distinguido de la burguesía.
La construcción de “La Pedrera” comenzó en 1906, y está basada en seis plantas sobre dos bloques, con entradas independientes, que se articulan alrededor de dos patios interiores. Los conceptos arquitectónicos fueron inspirados en la naturaleza: hojas, flores y líneas en forma de latigazo, se integran a modo de elementos decorativos, y están presentes en cada detalle y en el conjunto del edificio.
La fachada goza de singular libertad creativa, gracias a que no constituye un elemento estructural. Su diseño ondulado, que evoca las olas del mar, provoca grandes contrastes de claro oscuro, según vaya transcurriendo la luz del día. Esta innovación de dinamismo en las formas, rematada por balcones de hierro forjado y decorados con motivos abstractos, hace que la gran construcción adquiera una personalidad propia y diferenciada.
Sus interiores respetan la misma línea orgánica, funcional, con una comunicación fluida. El arquitecto catalán cuidó cada detalle, y tanto los suntuosos vestíbulos como las dos grandes escalinatas ubicadas en el acceso principal, están decorados con pinturas murales de motivos ornamentales y temas mitológicos.
Otro espacio que constituye una obra maestra es la azotea. Con formas ondulantes, las chimeneas recubiertas cuidadosamente con fragmentos de cerámica se yerguen con apariencia humana.
La conclusión de esta magistral obra de 1912, marcó una pauta innovadora en el lenguaje de Gaudí, que combina en lujosa armonía los componentes ornamentales, el meticuloso cuidado de las funciones y los elementos constructivos.
Actualmente, “La Pedrera” es un espacio cultural y creativo que alberga manifestaciones artísticas de primer orden. Cuenta con un amplio programa de exposiciones, muestras artísticas, espectáculos y conferencias durante todo el año. También ofrece un área dedicada a la tecnología multimedia e interactiva, y un lujoso café modernista con exquisita gastronomía y música en vivo variada. ■
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