Son innumerables los modelos relevantes que ilustran la incesante búsqueda en el arte de generar espacios de convivencia apegados a la naturaleza. Es el caso de la imponente capilla de San Benito en Sumvitg, en el Cantón de los Grisones en Suiza, en la que en 1988 el reconocido arquitecto suizo Peter Zumthor asoció influencias históricas precedentes a las expresiones recientes del diseño estructural. También los conocidos apartamentos de turismo rural en Vilariño, Pontevedra, España, concebidos por el arquitecto gallego Alfonso Penela, cuyos cálidos interiores tapizados en madera son protegidos por flemáticas fachadas vanguardistas. Ambos proyectos son muestras paradigmáticas de por dónde andan las reconsideraciones actuales de la arquitectura que se adentra en la campiña.
Hoy día, la mayoría de las intervenciones arquitectónicas en zonas rurales están destinadas al desarrollo de conceptos biosostenibles donde se hace uso eficiente de las energías renovables a la par que se aspira a mejorar la calidad de vida. El reto radica en que la aplicación de los recursos compatibles a tales fines no sea equivalente a una pérdida de imaginación, elegancia y durabilidad.
Un exponente de lujo de esa nueva energía en la arquitectura campestre lo podemos constatar en Villa Solaire (2009), hermoso proyecto de la prestigiosa firma francesa JKA, fundada por el arquitecto Jérémie Koempgen, quien emprendió la tarea de transformar una antigua quinta del histórico distrito de Pied de la Plagne, en Morzine, Francia, en un suntuoso chalet de alquiler múltiple.
En Villa Solaire, la destreza para armonizar estética, ingeniería y ambiente físico consigue reconciliar épocas con audacia y buen gusto.
Si alguien pensó que el uso de la madera y los elementos rústicos en el rescate de edificaciones rurales sería desplazado por materiales sintéticos y sofisticadas tecnologías, se sorprenderá con todo lo contrario en las obras de Villa Solaire. El propósito esencial de JKA era preservar el encanto patrimonial de la hacienda, incorporando modificaciones a partir de la estructura en pie sin detrimento de la atmósfera idílica que la rodeaba. La solución fue dotar a la casona de un recubrimiento uniforme de madera, cuyo ensamblaje fuese configurando una secuencia dinámica, intercalándole cortes, calados y ranuras que posibilitaran la entrada de luz hasta el corazón de la edificación. Los patrones minimalistas o moriscos en ese maderamen exterior —verdadera pieza de arquitectura artesanal— se concibieron para armonizar el toque contemporáneo con la identidad arcaica vigente y aprovechar, además, el juego de luces y sombras en las distintas horas del día, lo cual genera hermosos efectos en la panorámica del revestimiento.
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En el interior, el espacio fue dividido en cuatro suites independientes, que incluyen áreas nocturnas y ultramodernas comodidades, circundadas por una sucesión de secciones interconectada a diferentes niveles que sirven como espacios comunes donde los huéspedes comparten cocina, comedor y salas de esparcimiento. Las funciones de uso privado fueron integradas eficazmente en cada unidad independiente, aunque se hace observar un juego diferenciado de escalas entre habitaciones, baños y áreas colectivas para evitar la rutina espacial, al tiempo que la presencia del componente de vanguardia dialoga delicadamente con el vetusto legado rural. Esa hibridez se nota no sólo en la recreación constructiva de los interiores, sino también en la selección de un mobiliario de líneas actualizadas y colores neutros, capaz de cohesionar el acabado moderno con lo rústico.
En Villa Solaire, la destreza para armonizar estética, ingeniería y ambiente físico consigue reconciliar épocas con audacia y buen gusto. Es difícil imaginar que tras el aire bucólico de la fachada se nos ofrezcan espacios resueltos con criterios tan avanzados y sensualistas. Traspasar el umbral puede depararnos asombros memorables. Queda extendida la invitación, entonces, con doble propósito: disfrutar del confort más novedoso rodeado de paisaje y aire puro, y descubrir un revisionismo arquitectónico en el ámbito rural que se aparta de la banalizaciones. ■