Ubicado en el corazón de la capital francesa, el hotel Lancaster de París es el refugio ideal para olvidarse del bullicioso presente y revivir las costumbres de antaño. Un escondite perfecto donde el arte de la hospitalidad es cultivado hasta su máxima expresión para asegurar la satisfacción y el disfrute de sus huéspedes.
Construido en 1889 como la residencia del rico empresario español Santiago Drake del Castillo, el Lancaster fue transformado en hotel privado durante la década de 1920, cuando fue adquirido y remodelado por el hotelero suizo Emile Wolf. Y aunque el hotel no estuvo abierto al público en general hasta la década de 1990, el Lancaster se cuenta hoy entre los hoteles más emblemáticos de París, junto al Banke, entre otros.
En su interior se albergan más de 1.000 antigüedades y obras pictóricas que datan del siglo XVIII. Los impresionantes salones del primer piso crean la sensación de estar en una antigua mansión privada, con sus muebles clásicos y un diseño de iluminación que, aunque más contemporáneo, hace destacar los detalles decorativos.
Sus 46 habitaciones y 11 suites son auténticas odas a la opulencia, decoradas con antigüedades únicas que van desde porcelana fina y candelabros de Baccarat, a los clásicos muebles de estilo Luis XV y relojes antiguos. La mayoría de las habitaciones, ubicadas alrededor del patio central, preservan muchas de sus características originales, como sus espléndidos pisos de parqué, chimeneas de leña y ventanas típicas.
Siguiendo la tradición y filosofía de su fundador, el Lancaster siempre ha tratado de ser más que un hotel para sus huéspedes y convertirse en su “segundo hogar”. Esta idea ha sido cuidadosamente preservada tras la remodelación a la que fue sometido el establecimiento en el 2006. Las mejoras conservaron el ambiente palaciego pero incorporaron tecnología y lujos modernos.
Durante esta profunda renovación, el hotel puso especial cuidado en convertir tres de sus suites en espacios únicos en el mundo. Una de estas suites, dedicada a la actriz Marlene Dietrich, está decorada en las tonalidades violetas predilectas de la actriz, con objetos y muebles, como un espléndido piano de cola, que inevitablemente transportan al Nueva York de la década de 1930. Otra lleva el nombre del pintor ruso Boris Pastoukhoff, quien residió en el Lancaster y donó varios de los óleos originales que decoran el hotel. Por último, la suite Emile Wolf es, sin duda, uno de los rincones más fastuosos del Lancaster, con espléndidos balcones que otorgan una vista insuperable a la basílica del Sagrado Corazón.
El restaurante está a la altura del resto del hotel. Deliciosamente íntimo, La Table du Lancaster ofrece un menú diferente dependiendo de la estación del año. Diseñados por el chef Julien Roucheteau, sus platos se inclinan siempre a enaltecer los sabores de los productos locales, bañados con la creatividad y visión de este joven maestro cocinero. ■
FOTOS: Cortesía Hotel Lancaster.