Aunque de pequeña no tenía muy claro qué era lo quería hacer con su vida —quiso ser azafata, incluso veterinaria—, tiene muy presente su primer contacto con la tierra. “Mi primer trabajo fue vendimiar. Estuve una semana trabajando durísimo y, al final, me dieron 100 pesetas. Para mí, ese billete era algo mágico y me hizo muchísima ilusión. ¡Mi primer sueldo!”, recuerda. “Fui un poquito rebelde en la adolescencia, pues son épocas complicadas en las que uno se quiere diferenciar de sus padres, desarrollar su propia personalidad pero, al mismo tiempo, reclama que le hagan caso”.
Finalmente, Mireia se licenció en Ingeniería Química y se trasladó a Francia, donde se graduó de Enología y Viticultura en la acreditada École Nationale Supérieure Agronomique de Montpellier. “Cuando volví de estudiar en Francia, mi padre me llevó a la viña y me empezó a hacer una especie de examen preguntándome sobre porta-injertos y enfermedades. Me agobié un poco pero, luego, con los años, he visto que era su manera de mostrarme su cariño e interés”.
Mireia Torres, que habla perfectamente español, catalán, inglés, francés y alemán, se ve a sí misma como una persona sincera, con carácter, generosa, sencilla y trabajadora. Y no está equivocada, pues esa es la percepción que tienen las personas con las que trabaja a diario. Pero, además de dirigir dos bodegas, con todo lo que ello conlleva, Torres no para de viajar. “Acabo de llegar de Bélgica, de una presentación temática de la bodega Jean Leon, y enseguida me marcho a Tokio, como ponente de un congreso”, explica. “Cada día es diferente en mi vida. Nunca tengo un día normal. Dependiendo de la época del año, viajo más para dar soporte al equipo comercial, o estoy en las bodegas para tomar las decisiones de vendimia o preparando coupages [mezclas] o estoy con presupuestos”.
Y todavía tiene tiempo para presidir Qualidès, una agrupación de bodegas asentadas en el Penedès, la cual promueve una viticultura sostenible y ecológica con el entorno, dando a conocer la personalidad y excelencia de sus vinos y promocionando el enoturismo de esta hermosa zona vitivinícola de Cataluña. Para relajarse, Mireia da largas caminatas por el campo. También le gusta la música, el buen cine, el teatro y la lectura. Además, juega al tenis (dicen que es una gran tenista).
Al hablar cara a cara con Mireia Torres, una de las grandes damas del vino en el mundo, es fácil percatarse de que es una persona modesta y humilde. Se percibe también —cuando te observa con sus expresivos ojos azules verdosos heredados de sus progenitores— que es una mujer tímida y reservada, pero a la vez segura de sí misma. Cuando escucha la palabra vino, su entusiasmo es evidente, y habla del tema con el mismo fervor que demuestra cuando la conversación deriva en su otra pasión: sus hijos, Nuria y Albert, que son su alegría. Es entonces cuando surge la pregunta de si le gustaría que alguno se dedicara en un futuro a la empresa familiar: “Yo los voy a apoyar en todo lo que quieran hacer en la vida, pero las decisiones las han de tomar ellos mismos”, asegura.
Quienes la conocen coinciden en que Mireia Torres es una mujer meticulosa con la que da gusto trabajar, que no duda en mancharse los zapatos de barro caminando entre las viñas a primera hora de la mañana cuando el rocío humedece la tierra, y cuya gran ilusión es siempre hacer que el vino que se elabora sea mejor que el del año anterior. Una mujer que sabe que en el negocio del vino siempre hay algo que aprender, que es imposible conocerlo todo, y que valora lo importante que es cada persona que conforma cualesquiera de las dos bodegas que dirige. “Este es un mundo donde hay que saber trabajar en equipo”, afirma Torres convencida. “Detrás de cada botella, hay mucha gente que ha puesto su granito de arena para hacer que las cosas salgan bien”.
Al preguntarle qué es un buen vino, la respuesta llega al instante: “El que te hace disfrutar del momento. Como decía el enólogo jefe de Torres, Félix Sabat: ‘un buen vino es aquel que hace que las copas se vacíen’”.
Su próximo reto es sacar al mercado el primer cava de la bodega. En cuanto al futuro, Mireia Torres lo tiene muy claro: “En estos momentos, vivo el día a día y no pienso en nada más. ¿Para qué preocuparme? Estoy convencida de que si trabajamos bien y le ponemos toda nuestra ilusión, lo bueno vendrá”.
Seguro que así será, porque con su preparación y la constancia que Mireia Torres pone en todo lo que hace, no podría ser de otra forma. ■