La relación entre la obra del celebrado artista ruso Vasili Kandinsky y la Fundación Guggenheim es una de las más fuertes dentro del mundo del arte moderno del siglo XX. El propio Solomon R. Guggenheim identificaba a Kandinsky como su pintor predilecto dentro de los movimientos de la abstracción, siguiendo el consejo de su asesora, la artista alemana Hilla von Rebay.
En celebración de esta relación tan valiosa para el arte, el museo Guggenheim –del cual Rebay fue su primera directora– está exhibiendo una muestra individual dedicada a la obra de Kandinsky en donde se exponen las principales piezas de la colección de la casa, organizadas de manera cronológica y evolutiva para describir el desarrollo conceptual del artista. Lea aquí más sobre arte y cultura.
La alma máter de esta espléndida colección fue sin duda la baronesa Hilla von Rebay, quien fomentó la adquisición de las obras y organizó un viaje a la escuela del Bauhaus en Alemania, donde el artista dictaba clases de teoría de la formas y colores, tanto para principiantes como para expertos, basada en su visión existencialista de la función expresiva del arte plástico en la sociedad.
Es el aspecto intelectual y expresivo de las obras de Kandinsky lo que maravilló al mundo del arte a principios del siglo XX y lo que sigue deslumbrando hasta la fecha. Su aporte y apuesta al movimiento abstracto fundamentaba que en el arte plástico el artista debía volcar sus sentimientos y sensaciones, buscando expresar una realidad esencial que descansa subyacente al mundo material y constituye la verdadera existencia, un concepto tomado de la teosofía, corriente filosófica y esotérica que cautivó al artista.
A partir de allí, Kandinsky desarrolló su propia teoría de los colores y las formas, identificando significados y vibraciones para cada uno y relacionándolos con el lenguaje musical, el cual él entendía como una forma expresiva pura y de gran capacidad de abstracción.
Para Kandisky, el artista se encuentra en la punta de una pirámide ascendente que representa el paso del tiempo, lo que hoy es vanguardia y mañana será cotidiano. A medida que se introduce en la pirámide, por lo tanto, el artista debe mantenerse en ese vértice original para que su expresión sea genuina.
En una de las cartas que intercambiaron Rebay y el artista para organizar el encuentro, la baronesa describe la admiración de su jefe de esta manera: «El Sr.
Guggenheim ha podido conocer el trabajo de mis amigos Léger, Glizes, Braque, Delaunay, Chagall y Modrian, pero de todas maneras sigue admirando el trabajo de
Kandinsky por encima de todos ellos. Al conocerlo, encontrará en él a un gran hombre, fino y sensible, que sabe apreciar con entusiasmo todo aquello que demuestra gran calidad y virtud. Hace apenas un año, él no conocía el arte abstracto, porque no es un estilo que se pueda encontrar fácilmente en Nueva York».
Si bien estas cartas tenían la intención de propiciar el encuentro, la admiración de Solomon
R. Guggenheim por el trabajo de Kandinsky era genuina, lo cual explica la voracidad con la que el coleccionista adquiría sus obras, llegando a comprar más de 150 piezas originales.
Esta espléndida muestra está en exposición desde el primero de julio del 2015 hasta la primavera del 2016, y nos permite apreciar, a solo centímetros de distancia, todos los conceptos expresivos del artista, que constituyen sin duda la identidad de uno de los museos más reconocidos del planeta: el Guggenheim de Nueva York. ■