azureazure ha hecho el firme compromiso de ayudar tanto a nuestros lectores como a las industrias más castigadas por esta pandemia. ¡Estamos contigo en estos difíciles momentos que vive nuestro planeta! A lo largo de esta crisis, estaremos publicando nuestros artículos regulares, que esperamos te inspiren y ayuden a escapar un rato de la terrible situación actual, junto a contenido específico sobre el Coronavirus a nivel mundial. ¡Nos encantaría escuchar de ti! Contáctanos a azure@azureazure.com.
Los vestidos de líneas austeras y colores oscuros del período barroco, caracterizado por una fuerte influencia religiosa, dieron paso a telas suntuosas y vivaces como el terciopelo, la seda o el brocado, que se impusieron en la época mundana y colorida del rococó.
Ese cambio cultural estuvo marcado por la personalidad de una mujer, María Antonieta de Austria, reina consorte de Francia en la segunda mitad del siglo XVII y símbolo del glamour y el buen vestir. El concepto de moda, tal como se asume hoy, irrumpiría entonces en Versalles, se extendería a París y desde allí al resto de las cortes europeas y otras latitudes.
El vestido a la francesa
Con la nueva época del rococó, los vestidos femeninos comenzaron a ofrecer líneas más sueltas, vaporosas y también más insinuantes. Fue el esplendor de los trajes femeninos con espectaculares faldas sostenidas por una armazón interior denominada panier, (cesta, en francés) debido a la forma de cesta invertida que adoptaba la falda. Esta armazón tenía la particularidad de desplazar la falda hacia las caderas realzando la figura femenina, aunque en algunos diseños alcanzaba diámetros de hasta cinco metros, dificultando la movilidad de la portante.
El diseño exterior constaba de tres partes: la bata, abierta en su parte delantera y que acababa en cola; la falda propiamente dicha, y el peto, una especie de blusa que cubría el torso. Contribuía a ese incipiente realce de la figura femenina el uso del corsé, una estrecha faja semirrígida que entallaba el cuerpo realzando el busto, afinando el talle y la cintura.
El incómodo accesorio se ataba con cintas a la espalda, debiendo ser ajustado por asistentes. La lencería, o ropa interior, era simple: una larga camisola hasta las rodillas de tela liviana y, por debajo, enaguas desde la cintura hasta los tobillos. Por último, las medias eran de seda o algodón y se sujetaban con ligas de encaje o seda bordada.
Los imprescindibles accesorios
La industria de la moda
Sobre la base del “vestido a la francesa” se creaban detalles únicos en pedrería preciosa y finos encajes. Madame de Pompadour, por ejemplo, impuso el uso de volantes, lazos y el realce del cuello con un terciopelo adornado de flores o joyas. La competencia femenina por lucir más bellas y elegantes propició el desarrollo de una floreciente manufactura textil.
Entre los exponentes de la misma cabe destacar a Rose Bertin, pionera de la alta costura francesa y modista preferida de María Antonieta. Bertin fue nombrada “ministra de la moda” y tuvo taller propio en Versalles. Fue la creadora de unas muñecas que ataviaba con sus modelos y enviaba a las cortes europeas, lo cual viene a ser el antecedente de los futuros maniquíes. Ya en ese momento, se estaba asistiendo al nacimiento de lo que hoy conocemos como industria de la moda. ■