Basta un quebranto para recordar lo bueno que es sentirse bien. Es como descubrir cuánto amamos a alguien cuando nos falta. Estando sanos nos parece que la salud es lo más natural, o incluso lo permanente. Pero no siempre es así, en algún momento nuestro organismo se quiebra y entonces comprobamos que vivir implica una dosis de fragilidad que debemos honrar y proteger.
Estos últimos meses he sido testigo de la frágil condición humana. Desde enfermedades hasta accidentes y lesiones, de alguna manera los problemas de salud han estado presentes. “Llegamos a esa edad en la que nuestros padres están afrontando la vejez o ya se han ido”, me decía una amiga recientemente, “y nosotros también comenzamos a sentir en el cuerpo el paso de los años”. Pero esto no es sólo una cuestión de edad. En este tiempo tampoco han faltado las historias de niños en quirófanos o de pérdidas dolorosas. Quizás te ha sucedido algo similar.
Pero si somos objetivos, estos meses no han sido diferentes a otros anteriores. La verdad es que siempre ha sido así, sólo que cuando la fragilidad se hace más evidente, entonces tomamos mayor conciencia de nuestro cuerpo y de nuestra mente. Basta un quebranto, propio o de un ser querido, para recordar lo maravilloso que es gozar de buena salud.
Amar la vida estando sanos es honrar la bendición del presente, pero hasta cierto punto resulta una práctica sencilla. Mucho más complejo es disfrutar de la vida cuando las dolencias son crónicas o cuando un diagnóstico se convierte en sentencia. Cuando nuestra fragilidad se hace más evidente, hay una mayor necesidad de amor por la vida, con todo lo que ella encierra, nos guste o no. Sólo aceptando la realidad tal y como se presenta logramos experimentar la vida en toda su amplitud. Parafraseando la liturgia cristiana del matrimonio, toca amarnos en todo momento: en la salud y en la enfermedad.
Algo que tienen en común las personas que superan enfermedades o problemas de salud y es que no se identifican con la afección que padecen. De un tumor hasta una parálisis, estas personas son capaces de ver más allá de la pérdida de alguna facultad o del dolor, para reconocerse de una forma más integral y trascendente. Cuando dicen: “Yo no soy solamente este cáncer” o “yo no soy únicamente este cuerpo que no se mueve como antes”, lo que están diciendo es que su verdadero ser no está limitado por la condición que padecen. Son capaces de amarse de manera incondicional.
Igualmente importante es que las personas a su alrededor también vean más allá de los padecimientos, ofreciendo su amor, su ayuda y su compasión desde la dignidad en lugar de desde la lástima. Transformar el dolor o la angustia en acciones amorosas es el mejor apoyo que podemos darle a un ser querido.
La próxima vez que digas “lo más importante es la salud” préstale atención a la frase. Sin duda la salud nos permite disfrutar de los placeres de la vida, pero para quienes han visto su salud afectada de manera temporal o permanente, lo más importante es el amor que reciben de los demás y el que se dan a sí mismos. Porque nadie es menos por tener alguna dolencia. Pero, cuando falta el amor, le restamos vida a la vida.
Eli Bravo es el Director General y Editor Ejecutivo de Inspirulina, una plataforma de contenidos sobre bienestar, crecimiento personal y salud. ■