Albarracín está situado en una colina empinada
Albarracín es una pequeña localidad de poco más de 1.000 habitantes que pertenece a la Comunidad Autónoma de Aragón, en España. Está esparcida en una escarpada colina de los llamados Montes Universales y se la considera una de las poblaciones medievales más singulares y mejor conservadas de Europa. Su belleza y autenticidad sorprende al viajero, pues muestra un conjunto arquitectónico literalmente colgado sobre unas majestuosas montañas rodeadas por el cañón del río Guadalaviar y protegido por un cinturón de murallas medievales que finalizan en el Castillo del Andador.
En la prestigiosa Guía española Repsol, Albarracín ocupó en el año 2015 el primer puesto en la lista de los pueblos más bonitos de España. Merecido galardón sin duda, pues su patrimonio arquitectónico, que se presenta en un intenso color rojizo-terroso típico del terruño, revela un paisaje urbano puramente medieval, abigarrado e intenso, que invita a perderse por sus intrincadas callejuelas empedradas que convergen en la Plaza Mayor.
La ciudad convive en perfecta armonía con su entorno natural
Sus orígenes se remontan al Medioevo musulmán, bajo el dominio de los Banu-Razín. Llegó a ser taifa islámica en el siglo XI y luego señorío independiente cristiano con la soberanía de los Azagra, hasta que en el año 1379 cae en manos del Reino de Aragón. La creación del obispado albarracinense en esta época se plasma en la consiguiente riqueza patrimonial de Albarracín, pues surgen abundantes monumentos como la Iglesia de Santa María, la Catedral, el Palacio Episcopal; algunas mansiones señoriales entre las que destaca la de los Monterde, y una peculiar arquitectura popular como la casa de la Julianeta, la casa de la calle Azagra, la plaza de la Comunidad y la pequeña y evocadora Plaza Mayor.
Albarracín mantiene también una perfecta armonía con su entorno natural, llegando a considerarse un modelo de integración paisajística, pues desde cualquier mirador de la ciudad sorprende la agreste belleza del entorno, con profundos desniveles rocosos salpicados de pequeñas sabinas amoldadas a sobrevivir en los fríos y nevados inviernos aragoneses. A su vez, el río Guadalaviar, de cauce estrecho y frondoso, dirige los caminos que dan acceso a Albarracín.
Las huellas más importantes de la regeneración de Albarracín nos llevan a los siglos XVI y XVIII. En el primero, se construyó su catedral y la mayor parte de las iglesias, que fueron remodeladas dos siglos más tarde cuando se supo que se habían remozado la mayoría de las edificaciones de la localidad gracias a la pujanza económica del período ilustrado, vinculado al esplendor ganadero de estas tierras.
Vistas de las calles de la encantadora ciudad.
Albarracín ha sabido perdurar en el tiempo gracias al empeño privado y a la voluntad institucional que le ha permitido recobrar la brillantez del pasado, constituyéndose hoy en día como todo un ejemplo a seguir en el mundo. En todo este milagro mucho tiene que ver la Fundación Santa María de Albarracín, creada hace más de 15 años, que ha puesto en marcha una escuela-taller que, entre otros logros, restauró el antiguo palacio episcopal y lo convirtió en la sede de la fundación. Este edificio acoge también al palacio de reuniones y congresos, y al museo diocesano.
Y por si todo esto fuera poco, la localidad es Monumento Nacional desde el 1961, posee la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes de 1996, y está propuesta por la Unesco para ser declarada Patrimonio de la Humanidad.
Albarracín es un lugar mágico que merece la pena ser conocido, ya que sume al visitante en una especie de viaje temporal que permite conocer un poco mejor cómo era la vida y el entorno de las personas que vivieron allí hace siglos. ■