Vista de Roma desde el rio Tíber
Roma es una ciudad evocadora que hay que visitar al menos una vez en la vida. Aunque es difícil no regresar, porque enamora hasta perder el sentido y siempre se acaba volviendo porque, de no hacerlo, se le faltaría al respeto.
Es una de mis ciudades favoritas, la he amado profundamente desde mi juventud y tengo excelentes recuerdos de ella. Además, con los años, he aprendido a conocer la “otra Roma”, porque al margen del Vaticano, la Plaza de España y la Fontana di Trevi, la ciudad encierra secretos destinados a los viajeros más curiosos e intrépidos: pequeñas plazas con historia, exclusivos palacios y jardines desconocidos que no suelen frecuentar los turistas habituales y que deseo descubrirles.
En primer lugar, después de visitar el majestuoso Coliseo, un monumento que no deben perderse pues es la mejor forma de comprender la idiosincrasia del Imperio Romano, acudan a la cercana calle de San Giovanni, donde están las ruinas del Ludus Magnus, el centro de operaciones y lugar de entrada de los gladiadores. Se puede visitar y observar cómo fue su patio porticado y las celdas que cobijaron a estas pobres almas. Por un estrecho pasillo los gladiadores accedían al Coliseo.
El Coliseo
Al otro lado del río Tíber, junto a la muralla que construyó el emperador Marco Aurelio unos 100 años después de la muerte de Cristo, nos toparemos con lo que los italianos denominan la collina non è (la colina que no lo es), una montaña artificial recubierta de vegetación, con una extensión de más de 20.000 metros cuadrados, formada por los restos de más de 25 millones de ánforas hechas pedazos que contuvieron aceite de oliva y vino, provenientes en su mayoría de la Bética, Tripolitania y la Galia, y que se destruían en este lugar tras su uso.
Jardín de los Naranjos
Uno de mis puntos favoritos de Roma se halla en la apacible Piazza dei Cavalieri di Malta. Allí está el Palacio del Aventino, la embajada del Priorato de Malta, una orden religiosa que antaño tuvo mucho poder. Esta embajada no es Roma ni es Italia, tal y como sucede con el resto de las embajadas del mundo. Sus jardines son una preciosidad y muy pocas personas los han visitado, pues están prohibidos para el común de los mortales. Lo más curioso es que en su gran portón de entrada siempre hay un gran número de visitantes dispuestos a mirar por el ojo de la cerradura, pues por indicaciones expresas de los Caballeros de Malta al arquitecto Battista Piranesi, se ven, perfectamente alineados, el jardín y la cúpula de San Pedro del Vaticano al fondo.
Arriba: Vieja calle adoquinada lejos de las grandes atracciones turísticas.
Abajo: Uno de los divertidos cafés de la Ciudad Eterna
Muy cerca, está el Giardino degli Aranci (El Jardín de las Naranjas), mi lugar favorito para ver el atardecer sobre Roma. Este coqueto parque hay que visitarlo en primavera, cuando el azahar impregna de forma pegajosa y embriagante el ambiente. Muchos romanos acuden paseando hasta aquí para disfrutar sosegadamente de la paz que se respira.
Otro de mis lugares favoritos, lejos del mundanal ruido turístico, es el barrio de Prati, donde vivió el actor Marcello Mastroianni. Calles señoriales en las que residen algunas de las principales fortunas de Roma y en las que se pueden encontrar esas tiendas de lujo a las que acuden los romanos más elegantes para vestirse. Es una zona en la que se ubican distinguidos cafés y restaurantes de primera línea y que tiene un ritmo de vida sosegado para lo que habitualmente nos tiene acostumbrados una ciudad tan hermosa. ■
Vista del Vaticano desde el Palacio del Aventino
Fotos: Turismo Roma