¿Qué te sucede cuando alguien a quien aprecias está viviendo un momento de felicidad y gozo? ¿Acaso no te contagias de esa misma emoción? Sin duda, resulta delicioso ver reír a una persona querida, es un auténtico placer que se experimenta en cuerpo y alma. Los seres humanos tenemos una capacidad innata de conectarnos con las emociones de otra persona y de sentir su mundo interno; éste el principio de la empatía que, cuando se mueve con la energía del gozo, se transforma en un bálsamo de felicidad compartida. Algo divino de verdad.
Esa capacidad de sentir dicha por la alegría de otros es una de nuestras cualidades más elevadas. Ocurre de manera natural hacia las personas que amamos y, si la cultivamos, podemos sentirla hacia personas desconocidas. ¿Has sentido felicidad alguna vez al ver a un grupo de niños jugando en el parque? A ese sentimiento me refiero. Hay quienes le llaman alegría altruista, felicidad empática o gozo compasivo. En pali, el antiguo lenguaje de la India, le dicen Mudita.
Sucede que, a veces, vivimos tan apresurados o estamos tan ensimismados que no nos detenemos a sentir la felicidad propia o de otros. ¡Qué manera de desaprovechar uno de los regalos de la vida! Esos momentos son para disfrutarlos como un buen vino: con todos los sentidos, saboreando cada instante y dejando que nos llenen la mente y el corazón. ¿O es que acaso beberías un vino de primera como quien se toma un vaso de agua?
Si te detienes y prestas atención, seguramente podrás encontrar manifestaciones de felicidad a tu alrededor. No tiene que ser una explosión de júbilo o de algarabía. Valen la sonrisa de un familiar, el gesto amable de un compañero de trabajo o el abrazo de unos amigos. Detente más allá de un instante para ver y sentir lo que ocurre. Si quieres, haz un pequeño acto consciente, respira y permite que esa felicidad llegue más hondo. Luego sigue con tus cosas. Muy probablemente te sentirás mejor.
A medida que vayas cultivando esa alegría por los demás, prueba a expandir tu círculo para incluir a otras personas. Puede ser gente conocida, un vecino o alguien que ves con frecuencia, pero cuyo nombre ignoras. Fíjate si puedes sentir sus momentos de felicidad y no olvides en fijarte qué ocurre contigo cuando esto sucede. Recientemente, escuché hablar sobre un ejercicio que me pareció interesante: pasar el día buscando manifestaciones de felicidad ajenas y sonreír cada vez que aparecieran.
Y por supuesto que a la par de esos momentos de felicidad y gozo existen otros de dolor y sufrimiento. La vida es esto y aquello, risa y llanto, cosas buenas y malas, todo está en cambio constante. Cultivar la alegría altruista, el gozo compasivo -o como quieras llamarlo-, es una forma de reconocer la diversidad de la experiencia humana, prestándole atención y disfrutando de esa cualidad que nos conecta con lo mejor de nosotros y de los demás. De cierta forma, es una manera de honrar la vida.
Además, si imaginamos esta alegría por los otros como hilos que tejemos con la gente a nuestro alrededor, podríamos ver que hemos cosido una red invisible que nos une. Una red cuya energía nos alimenta y nos hace crecer.
¿No te parece buena idea contagiarse de lo bueno?
Eli Bravo es el director general y editor ejecutivo de Inspirulina, una plataforma de contenidos sobre bienestar, crecimiento personal y salud. ■