El clima privilegiado de Comala en Colima, México, una eterna primavera, es el punto de inicio de una espléndida experiencia. Pero la joya más preciada de esta localidad mexicana es la Hacienda de San Antonio, que hoy en día es uno de los hoteles boutique más aclamados de México. Su arquitectura colonial y afortunada remodelación han sido la combinación perfecta para enamorar a todo aquel que la visita.
Los huéspedes entran en la magnífica Hacienda de San Antonio tras un largo recorrido por los paisajes montañosos de la región. Un soberbio par de puertas de metal, pesadas e imponentes, sirven para separar lo mundano de lo divino. Detrás de ellas se extiende el camino al paraíso, cobijado por la sombra de las buganvilias. Otro par de puertas colosales de madera antigua marcan el inicio de un viaje por el tiempo y la historia de México.
La hacienda fue construida en 1890 por Don Arnoldo Vogel, un inmigrante y empresario alemán que encontraría en Colima no sólo una excelente fuente de negocios sino un oasis paradisíaco. Bautizada como Hacienda de San Antonio en 1913, no fue sino hasta la década de 1980 que fue adquirida por Sir James Goldsmith, un empresario multimillonario y político franco-británico. Por desgracia, para el tiempo en que la hacienda llegó a sus manos, su magia se había deteriorado. Fue labor de un grupo de expertos, guiados por su hija Alix Marcaccini y por el diseñador Robert Couturier, recuperar el esplendor original de este casquete histórico y convertirlo en uno de los hoteles boutique más hermosos de México.
Con un total de 25 suites, esta hacienda antigua contiene en su interior las ricas tradiciones mexicanas, reflejadas en cada uno de los objetos que la ornamentan. Sus habitaciones ha sido decoradas individualmente, y cada espacio —luminoso y cargado de suntuosidad— cuenta con una historia fascinante. Con techos de casi 8 metros de altura y una decoración que ha cuidado minuciosamente cada detalle, las habitaciones de este hotel boutique son sencillamente esplendorosas. Amuebladas con piezas del siglo XVIII, cuentan también con sorprendentes acentos de color y extraordinarias piezas que incluyen tapetes de coloridos patrones.
Las curvas del diseño arquitectónico original de la hacienda hacen juego con la naturaleza que la rodea. La piscina principal se encuentra sutilmente rodeada por exuberantes jardines en un festín de geometría natural. A unos pasos, uno se encuentra con una esplendorosa escalera de piedra que desciende graciosamente en semicírculo hasta una segunda piscina ornamental. La atmósfera está llena de serenidad, y el anochecer agrega toques mágicos al ambiente. La decoración, mayormente basada en objetos artesanales mexicanos, adquiere un aire misterioso y antiguo que sirve como recordatorio de tiempos pasados. Las antorchas que iluminan los pasillos y caminos hacen que el romance brote de cada rincón de la hacienda.
La Hacienda de San Antonio es también un sitio idóneo para degustar lo más destacado de la alta cocina mexicana con influencias internacionales. Cada platillo servido en la hacienda ha sido preparado con ingredientes orgánicos, cultivados en el rancho adyacente. Imposible perderse el helado hecho a mano, una especialidad de la casa.
Entre las amenidades y actividades que ofrece este santuario se incluyen canchas de tenis, servicio de spa, visitas guiadas a los cafetales de la hacienda, avistamiento de aves y degustación de vinos, entre otros. Y para los amantes del deporte ecuestre, los recorridos a caballo por los lagos cercanos son una de las experiencias más encantadoras que se pueda esperar. ■