La ilusión en el progreso de principios del siglo XX se ve reflejada en sus tres plantas y el subsuelo. Ya desde el salón central, una imponente escalera con balaustrada italiana deja la vista abierta a los majestuosos vitrales del techo por donde ingresa la luz. Lámparas en estatuas, pilastras, un ascensor Otis —original de la época y aún en funcionamiento—, columnas con capiteles corintios y una colección de retratos de la familia Ocampo hechos por el pintor argentino Prilidiano Pueyrredón dan forma al espíritu refinado de comienzos del siglo XX.
En diez hectáreas de parques impecables, la familia Ocampo educó a sus seis hijas con institutrices extranjeras. Dentro de una vitrina, en el segundo piso de la casa, aún se conservan clásicos de la literatura universal con trazos infantiles.
Victoria heredó Villa Ocampo y la habitó desde 1940 hasta su muerte, en 1979. Los tintes suntuosos de la decoración de la Belle Époque dieron paso al blanco radiante de la modernidad. Un claro ejemplo es la Sala de Música, donde paredes y sillones blancos, gabinetes orientales y un piano negro de cola dibujan el nuevo estilo. En este piano, Igor Stravinsky estrenó una obra (Persephóne) que dedicó a Victoria, su amiga del alma.
Victoria Ocampo desafió las convenciones de su época a través de una voluntad arrolladora y una pluma afilada con la que marcó la dirección del pensamiento de vanguardia. Así ganó un papel protagonista en la escena intelectual.
Con sus amigos pobló la legendaria casona. En las salas de estar de Villa Ocampo, una lámpara Bauhaus ilumina los retratos en blanco y negro de ilustres amigos de Victoria: José Ortega y Gasset, Indira Gandhi, Manuel Mujica Lainez, Albert Camus, Alfonso Reyes, Rabindranath Tagore y Paul Valéry, entre otros, alguna vez dieron vida a la casona con sus tertulias. Doce mil libros son la herencia tangible de Victoria y el reflejo de su amplitud de pensamiento. En uno de los estantes de su estudio se encuentra el emblema de la casa: sus anteojos de marco blanco.
“A pesar de sentirme ciudadana del mundo estaba profundamente arraigada a mis barrancas sanisidrenses”, escribió Victoria en 1976 sobre Villa Ocampo. ■