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Las pérdidas son parte de la vida, algo que siempre nos afecta a todos de una u otra manera. Nadie se escapa. Desde la muerte o el divorcio hasta la pérdida de trabajo, de posición social o de amigos, la falta de esperanza o de aprobación, hay infinidad de situaciones dolorosas que tarde o temprano se cruzan en nuestro camino.
Cada ser humano vive sus pérdidas de una forma diferente. No existe un método mejor que otro, ni nadie puede decir cuánto es el tiempo necesario para superar esa situación. La clave es aceptar cuanto antes la realidad de lo que le ha pasado, asimilar que acaba de vivir una gran pérdida y encarar el reto decidido/a a superarlo. Lo peor que se puede hacer es tratar de vivir como si no hubiese pasado de nada, de tapar la pena con cualquier cosa que nos ayude a sobrevivir de forma artificial (alcohol, drogas, fármacos, etc.). Todo esto es autodestructivo y para lo único que sirve es para alejarnos de nuestra «sanación» real, de nuestra paz y de nuestra recuperación así que, para empezar, seamos muy realistas sobre el significado y el impacto que cada pérdida tiene en nuestra vida. Por supuesto que la partida de un ser querido trae siempre un cambio radical en nuestras vidas, es una vivencia sumamente intensa que no se puede minimizar.
Sin embargo, también hay pérdidas que inicialmente nos parecen terribles pero que, al pasar el tiempo, nos damos cuenta de que no eran tan graves como creíamos y quedan como un mal recuerdo. Un proyecto o un premio que no logramos ganar, un trabajo que nos hacía inmensa ilusión pero que no se nos dio… diez años después, ¿seguimos pensando que era algo tan importante? Trate de no darle demasiada importancia a las cosas que no la tienen y pondere todo con perspectiva antes de dejarse llevar por la pena, lo que a menudo vivimos como un golpe bajo de la vida, como un castigo o como una pérdida, sucede para dejarle paso a algo mejor
Seguro que más de una persona le ha dicho ya que aproveche el momento, por duro que sea, para crecer, y que es vital que haga un buen trabajo interno pero, ¿cómo lograr eso, especialmente cuando se siente un dolor tan grande? En primer lugar, HABLE DE ELLO. Comparta sus sentimientos. Hable con las personas que lo aman, que se preocupan por usted, no para que lo aconsejen –aunque lo hagan para ayudarlo, la verdad es que usted no necesita ningún consejo en estos momentos- sino para sacarse la pena, compartirla y liberar lo que está sintiendo. Déjeles saber que sólo necesitas hablar y que lo escuchen. Puede hablar también con terapeutas especializados o religiosos, e incluso involucrarse en grupos de apoyo. Hay infinidad de opciones, todas a mano. La única advertencia: asegúrese de evitar personas y situaciones tóxicas. Llore su pena cuanto le haga falta hasta que se transforme en paz. Respete sus emociones. Si quiere romper en llanto, hágalo. Si necesita golpear una almohada, hágalo. Si siente ira, no se sienta mal, es parte del proceso. Si siente que el océano lo llama, de un paseo por la playa. Cualquier cosa, menos tomar fármacos para adormecer su dolor, a no ser que su médico se lo recete. El alcohol excesivo tampoco solucionará el problema. Si no enfrenta su dolor correctamente ahora, le aseguro que regresará cuando menos lo espere y le haga falta.
Por muy buenos que sean los consejos que acabo de darle, sepa que ninguno servirá de nada si no se cuida. El dolor suele generar estrés y desgastar el sistema inmunológico, dejándolo vulnerable a la enfermedad, que a su vez agrava la tristeza. No hace falta hacer nada especial para ayudarse físicamente, las cosas más sencillas y elementales bastan: hacer ejercicio, aunque sea un paseo de 10 minutos al día; un plan de alimentación saludable en el que no se prive de algún capricho que le encante y no lo dañe; meditar, orar, leer, darse un baño relajante, llamar a un amigo, hacer ejercicios de respiración… haga un tiempo cada día para escapar de cualquier actividad estresante. El contacto humano es extremadamente importante en su situación. Salga todos los días, aunque sea al supermercado. Sea tan amable consigo mismo como lo sería con alguien a quien ama. Cuando experimentamos una pérdida grande, solemos sentir que nunca más habrá vida para nosotros. Mire a su alrededor. El sol vuelve a salir cada día, el universo continúa, y usted también, aunque sea de manera diferente. Aunque le cueste creerlo al principio, va a sobrevivir e incluso a crecer y a fortalecerse. Tiene que creer con todo su corazón que va a estar bien, tal vez no ahora mismo, pero aunque parezca imposible le garantizo que lo logrará. Sea paciente.
Es importante que viva su pérdida, que la llore, que le dé un tiempo, e igualmente importante que no se quede en ella, que no se conforme con una vida apagada por su pena y sin alegría. Usted merece recuperar la felicidad y sólo usted puede hacerlo. Tiene que tomar la iniciativa para que esto suceda.
Acepte invitaciones de amigos y familiares. Empiece con aquellos de los que se sienta más cerca, y poco a poco vaya compartiendo tiempo con los demás. Invite gente a su casa, viaje si puede, visite a sus amigos en sus casas, en las ciudades donde viven; vaya al cine, aunque sea solo; llame a otros por teléfono, acuda a actividades o conferencias e invite a alguien a que lo acompañe, inicie un hobby o siga practicando el que le gusta, tome una clase, salga al aire libre, revise su lista de cosas que le encantaría hacer. Lo importante no es lo que haga, sino que haga algo. Su actitud es la clave. No es posible «encender el botón de felicidad» y cambiar al instante, pero lograr vivir y pensar cada día en positivo, a su propio ritmo, es el camino directo hacia esa paz y esa felicidad. Todos los días, tanto al levantarse como antes de acostarse, cuente sus bendiciones, las cosas buenas y bonitas que haya hecho, sus pequeños logros, y dígase a sí mismo/a con seguridad absoluta que mañana va a ser un día mejor que el de hoy. Por último, no se preocupe ni se desespere cuando alguna vez vuelva a sentir tristeza o incluso depresión. Es natural. Sea paciente consigo mismo, pero no se deje llevar. Vuelva al camino correcto. Créalo o no, le espera una vida maravillosa por delante. ■