En una tranquila calle lateral de Bruselas, a sólo unos pasos de una de las plazas más bonitas de Europa, se encuentra el lujoso Hotel Dominican de la capital belga. Aunque el edificio es relativamente nuevo, su pasado histórico se hace evidente en esta propiedad de estilo francés que fue, en el siglo XV, una abadía dominicana. Todos los detalles interiores inspirados en las características típicas de estos monasterios —techos altos, amplios arcos, suelos de piedra y hasta cánticos gregorianos en los ascensores— revelan el pasado religioso del lugar.
El famoso artista francés Jacques-Louis David vivió y pintó en el Dominican alrededor de 1800, cuando decidió exilarse en Bruselas tras la revolución francesa. La fachada original, pintada por el artista e integrada magistralmente en el edificio actual, así como sus pinturas neoclásicas esparcidas por toda la propiedad, son un claro guiño al pasado en mágica simbiosis con el diseño contemporáneo de la misma.
Las habitaciones dan a un hermoso patio interior iluminado por el sol o tienen vista al centro histórico de Bruselas. Una de las cinco suites del hotel se llama, precisamente, David. El espacioso apartamento de dos pisos, con sala de estar y comedor separado, transporta de inmediato a los huéspedes al elegante ambiente de la Bruselas del siglo XIX.
Las cálidas y diferentes tonalidades de marrón de telas y tapicerías y las maderas naturales evocan el lujo del viejo mundo, pero los televisores de pantalla ancha y alta definición y las máquinas de café expreso existentes en cada una de las habitaciones son muestra de que el Dominican también ofrece a sus huéspedes todas las comodidades del siglo XXI.
El corredor del monasterio, con su suelo original de piedra belga, es el último remanente histórico del hotel. El Grand Lounge, sin embargo, con sus ventanas de gran tamaño, adornos de hierro forjado y pinturas vibrantes que representan la iconografía clásica, recuerdan los cafés de la época victoriana.
Con una ubicación céntrica, el Dominican es un punto de partida perfecto para explorar esta bella capital europea. A tan solo una manzana se encuentra el famoso Theatre Royale de la Monnaie. Fue uno de los teatros más famosos de Europa, junto a los de París, cuando comenzó la corriente intelectual del Iluminismo entre los siglos XVII y XVIII. De diseño neoclásico, tiene capacidad para 1,700 espectadores y ofrece obras de teatro, óperas, conciertos y música de orquesta.
Muy cerca de allí se encuentra la Grand Place, plaza central de la capital belga. Su arquitectura barroca, rica en pórticos y con elaboradas estatuas doradas y brillantes decoraciones, la convierte en una de las plazas más bonitas del mundo. Es, sin lugar a dudas, una visita obligada. A pocos pasos se encuentra el Museo Magritte, que incorpora arte antiguo y moderno bajo un mismo techo y posee la colección más grande del mundo de dibujos y pinturas surrealistas.
En calles que se ramifican a partir de la Grand Place nunca faltan vendedores de wafles, ostras, chocolates y las famosas “frites” (papas fritas). Para una cena elegante y relajada, a poca distancia se encuentra Le Marmiton, un acogedor restaurante de dos plantas con menús de tres platos que ofrecen excelente pescado, aves y carne, además de vino francés y postre.
Un lugar imperdible, especialmente para los bebedores de cerveza, es el Delirium Café, unbar de tres pisos conocido por su extensa variedad de las mismas. Con más de 3.000 en el menú, el lugar ha logrado ingresar al libro Guinness de records mundiales por el número de cervezas ofrecidas. Elija entre las Trappist, las de las famosas abadías belgas o las de frutas, o salga de lo común y pruebe una cerveza de plátano, de coco o de pimienta. ■