La primera vez que estuve en Copenhague, a mediados de los 80, pasé solo un día en la ciudad, pero recuerdo perfectamente el buen ánimo, la buena disposición de sus habitantes y especialmente su facilidad para entablar conversación con extranjeros amigablemente. Pero lo que más recuerdo fue algo que pensé y que ninguna otra ciudad me ha hecho pensar: “Esta gente es feliz”.
No fue una impresión equivocada. Por cuarto año consecutivo, la ciudad de Copenhague ha sido elegida una de las urbes más felices del mundo por el World Happiness Report, una investigación realizada anualmente por la ONU. Además, la capital del pequeño reino de Dinamarca, de 5.6 millones de habitantes, ha sido galardonada tres veces por la revista británica Monocle, especializada en estilo de vida, con el título de la ciudad más agradable para vivir en el mundo.
La ciudad de Copenhague es una clásica metrópoli escandinava, llena de extraordinarios museos, restaurantes exquisitos, tiendas con las marcas más exclusivas del mundo y barrios de gran estilo y apacibles. Pero nada tiene que ver con la exagerada euforia de una gran ciudad. La capital danesa cultiva todavía una atmósfera provincial apacible.
Aunque no lo creas, no tiene congestión de tráfico (repito: no tiene congestión de tráfico), ya que más de la mitad de la población viaja en bicicleta a todos lados. Libre de ese ruido, el antiguo centro de Copenhague te incita a pasear, y sus terrazas de bares y restaurantes invitan a sosegarte, como si estuvieras en algún rincón del sur de Europa.
El World Press Report toma en cuenta seis factores para su ecuación de la felicidad: ingresos, expectativa de vida saludable, asistencia social, libertad y generosidad. Y es cierto: la ciudad de Copenhague se disputa los primeros cinco puestos con Helsinki, Amsterdam, Estocolmo y Basilea, donde estos índices son, efectivamente, altísimos.
Pero después de aquella primera visita en los ochenta, estuve en Copenhague dos veces más. La última, hace un año, le pregunté a un amigo a qué creía él, que vive allá, que se debía ese contento danés del que hablan las estadísticas. Y me explicó que son felices porque no son ostentosos y porque disfrutan con las pequeñas cosas.
“Incluso si el clima no siempre está en sintonía, aquí el calor está en el corazón y la mente de las personas”, remató. Más claro, ni el agua.
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Qué hay para ver
Los atractivos turísticos de la ciudad de Copenhague son muchos y muy variados. En primer lugar, recomiendo pasear la ciudad, ya sea andando o en bicicleta. Varios lugares en la ciudad son verdaderos testimonios de su historia, como las decenas de edificios locales construidos hace más de 450 años. Børsen y Christiansborg Castle son dos maravillosos ejemplos.
Amagerbrogade, la calle comercial más larga de Dinamarca, está siempre llena de gente y allí encontrarás Amagercenteret, un selecto centro comercial. Otro espacio imprescindible son los jardines Tivoli, lugar de esparcimiento de los copenhagueses, donde se encuentra el célebre parque de atracciones del mismo nombre. Construido en 1843, es uno de los más antiguos del mundo y poco ha cambiado su aspecto con el tiempo. Otro lugar de interés es la «ciudad libre» de Christiania, que posee su propio autogobierno.
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Por supuesto, hay que visitar Nyhavn, el canal más famoso de Copenhague, construido a finales del siglo XVII como salida directa al mar desde la antigua ciudad. Nyhavn está repleto de bares y restaurantes y jalonado de preciosas casas pintadas en vivos colores.
Y aunque no te dé tiempo para recorrer toda la ciudad, no puedes irte sin visitar el el muelle de Langelinie, donde descansa la estatua de La Sirenita. Relativamente pequeña, esta escultura de bronce es lo más admirado de la zona. Fue inspirada por el cuento de Andersen The Little Mermaid. En una ciudad como esa, ya entendemos por qué la protagonista terminó viviendo feliz y para siempre. ■